Querida amiga…
Reinventarse no depende de
los demás, depende solamente de ti.
Medita...
Cuento:
El día que cambió todo.
María caminaba,
lentamente, la ancha avenida de su pensamiento basculando a cada desamparado
paso el ser o el dejar de ser; doblaba las puntiagudas esquinas amarrándose a
la esperanza esperando encontrar tras de ellas una luz en la oscuridad de sus
oscuros titubeos y rebuscaba dentro de los cubos de la nauseabunda basura
orgánica algún alimento que matara su hambre y sed existencial.
María “La inestable”, como
así la llegaron a apodar todos aquellos y aquellas que seguían subidos a la
enfermiza noria de sus fantasías, repetía esta machacadora rutina todos los
días porque no era capaz de encontrar la fórmula perfecta que le permitiera
volver a ser la mujer que fue: Una mujer de éxito que ejercía su labor
comercial dentro de una gran empresa multinacional llamada OMSIOGE.
Un día cuando “La
inestable” se paró frente a un gran escaparate con la intención de admirar un
modelito de color rojo que parecía hecho para su cada vez más esbelta figura,
figura ganada, más que a pulso, por la dura dieta de la necesidad, descubrió,
reflejada en el brillo humanizado del escaparate, la figura fantasmal de una
mujer que en un primer instante no reconoció.
—¿Quién eres? —Se torturó
intuyendo de antemano la brutal respuesta y no pudiendo dar ni un tímido sonido
de justificación salió corriendo, cruzó la calle como las locas; pero antes de
alcanzar la otra esquina el duro golpe de la realidad, vestida en forma de
vehículo, le hizo perder la conciencia.
Pasado seis meses desde el
fatal accidente María “La inestable”, como así seguían insistiendo en llamarla
los que no sienten piedad, ni compasión, por aquellos que la vida golpea con
dureza, despertó en la cama de un hospital privado.
—¿Dónde estoy? —Preguntó a
la primera persona que se le materializó en su retina tratando de levantarse.
—Tranquila, tranquila…
—Sosegó su ánimo la enfermera de turno.
A María, cuando se
recuperó del todo, le explicaron que había estado seis meses ingresada en la
UCI del Hospital Insular. Añadiendo a lo dicho que su recuperación más que un
logro médico, parecía un auténtico milagro.
Después de casi un año de
dura rehabilitación costeada, aparentemente, por el seguro de accidentes del
conductor que chocó con ella María recibió la visita de un hombre joven, de
mirada sincera, que ni corto, ni perezoso, le dijo:
—Hola, María. Soy el
causante de tu mal —se le notó que trataba de justificar la realidad y a partir
de aquella sacudida verbal charlaron, charlaron y charlaron hasta que llegó el
momento de la despedida.
—¿Volverás a visitarme
algún día? —Se sintió persona, mujer, por primera vez en mucho tiempo en su
agitada existencia.
—Sí —esculpió en su verbo
saliendo por la puerta.
Pasaron los días, semanas
y meses de cada vez menos dura rehabilitación y María seguía esperando la
visita, pero ésta no llegaba.
—Mi niña. No esperes más a
ese desgraciado —se pronunció su fisioterapeuta un día que presintió que se iba
a marchar por la puerta chica de este mundo—. Él solamente vino para serenar su
conciencia. Nada más...
María no pudo más y se
levantó tan rápido como le fue posible, se afianzó a su bastón y una vez en pie
dijo en voz alta:
—Nunca más —y a partir de
aquel instante maría cambió su forma de pensar y comenzó a caminar, con la
cabeza bien erguida, la ancha avenida de su pensamiento basculando, a cada
firme paso, el cómo mejorar su ser interior para realmente ser persona; comenzó
a doblar las puntiagudas esquinas amarrándose a la cordura sin esperar nada que
no se mereciera por su esfuerzo y comenzó a rebuscar, más que dentro de los
cubos de la nauseabunda basura orgánica, en los sitios que se había negado a
visitar el alimento esencial que acabara con su hambre y sed existencial. Hasta
que encontró la fórmula para reinventarse.
María, ahora la apodada “La
vitalista” por aquellos que la denostaron, trabaja para una discreta empresa
llamada OLLUGRO y es feliz haciendo felices a los demás al mismo tiempo que se
lo hace a sí misma.
Alejandro Dieppa León.
Por una sociedad mejor,
por un mundo más justo.
Frase y cuento de mi
serie: Meditando en un templo Shaolín.
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