Este pasado sábado se me invitó, dentro del marco del VII Festival Internacional de Poesía "La palabra en el mundo", a uno de los múltiples actos poéticos que se celebran a lo largo y ancho de nuestro globo azul, en calidad de público (deferencia que agradezco desde este medio): Acto llamado así por sus creadores y promotores.
El punto de encuentro fue una de las esquinas traseras de la Catedral de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria (Gran Canaria-Islas Canarias). Un espacio donde el verbo, armonizado con las notas musicales de un joven maestro del violín, envolvió el entorno, durante una hora, con un dulce sabor a calidad. Atmósfera que fue capaz de parar el paseo sereno de distintos viandantes, los besos escondidos de una pareja que estaba acurrucada en su nido de amor, no muy lejos de nosotros, y hasta el vuelo de las palomas, custodias de la memoria histórica de esta entrañable y emblemática ciudad.
Todos sabemos, pues lo hemos experimentado, que hay experiencias vitales (y esta es una de ellas), en la travesía del vinoso ponto de nuestra existencia, que consiguen, de manera involuntaria o voluntaria, que la memoria se convulsione y que estalle en una gran supernova de imágenes multicolores o en un simple blanco y negro de espiral ascendente o descendente: según florezcan los recuerdos en un matiz u otro... Una supernova, multicolor en mi caso, diáfana, serena, que me transportó al tiempo en el que jugaba en el patio del colegio de Don Jorge (colegio que estaba, no muy lejos, calle arriba, cerrado desde hace años y en fase de reciclaje a edifício público), un hombre que quiso ser cura; pero que la vida lo casó y que como pago a su sacrificio humano, tras la muete de su esposa, le concedió el ser sacerdote.
¡Ay, el colegio de Don Jorge! ¡Qué agradables recuerdos de niñez!
Un tiempo donde jugaba en un pequeño patio interior con una pequeña pelota de caucho que al estrellarla contra el suelo salía despedida por el espacio-tiempo de aquel lugar como si fuera un cometa que no siguiera un rumbo fijo y que moría en un punto del suelo esperando a que le volviesemos a dar vida con un nuevo impulso...
Unos juegos que exhalados del colegio nos llevaban a jugar al frontón en la otra esquina de la catedral, hermana de la de donde se celebraba el féstival de poesía y música, frente a la casa de colón...
Afirmo que estos recuerdos sumados a las emociones dibujadas por los poemas de los participantes consiguieron que el mundo se parase y que aquella hora la viviese como una experiencia que quedará en mi retina mental con el sello y firma de un buen recuerdo.
No quisiera finalizar sin dejar de dar la enhorabuena a los participantes y a los organizadores...
Posdata:
Necesitamos más eventos donde la humildad y unión entre escritores sean bandera... Más eventos como éste.
Os quiero.
Un fortín de la esperanza.
Una aurora de rosáceos destellos.
Olivia Falcón,
Juanita.