Querido
lector o lectora…
¿Alguna
vez se ha planteado cual es la diferencia entre: miedo, terror y pánico?
¿Sí? ¿No?
Sea
cual sea su respuesta le comento que Yo, hoy, tres de noviembre, frente al
folio en blanco que me pone en pantalla el documento Word de mi ordenador, he
sentido la necesidad de meditar, viajando por los pliegues de estas líneas, cuál
es la diferencia entre estas tres simples palabras que solamente con mentarlas
mentalmente son capaces de agitar el entramado neuronal de este efímero ser y
ello viene a cuento de la agitada experiencia vivida en Arucas este pasado
viernes uno de diciembre, día de todos los Santos Difuntos o finados, en
nuestro país.
Pero
para arañar o escarbar en la diferencia entre estas tres palabras recurriré a la
sabiduría de un amigo que conocí, hace muchos años, cuando era niño, en el
colegio de Don Jorge… Un amigo, mucho mayor que yo en edad y sapiencia; pero al
mismo tiempo altruista hasta la médula, al que recurro cada vez que tengo dudas
sobre el significado de las palabras. Les hablo, como es obvio, del Diccionario
de la lengua española, el DRAE, que es hermano de sangre, de tinta azul, de
todas las enciclopedias ilustradas y consejero espiritual de este oráculo virtual,
en el cual se pierden muchas mentes vírgenes en oropeles visuales, a través del
cual están leyendo esta columna: Internet, y él, como siempre, pausada y
concienzudamente, me dice que el miedo es toda aquella “perturbación, angustiosa,
del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”; pero también me dice que es
el “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda
algo contrario a lo que desea” y seguidamente me
confirma que el terror, comprimiéndolo al
máximo, es el “miedo muy intenso” y por último me
subraya que el pánico, centrándonos en lo
que nos ocupa, es un miedo extremó “producido por la amenaza de un peligro
inminente” que “con frecuencia es colectivo y contagioso”.
Y
es por todo lo anteriormente expresado por este ilustre servidor de nuestro idioma,
después de releer varias veces las
respuestas dadas, que confirmo que este pasado viernes viví todas y cada una de las acepciones
con las que el DRAE define a cada palabra; pues del miedo, en escasos
instantes, metros, minutos y segundos, pasé al terror y del terror al pánico, no
me importa confesarlo; pues así sucedió y así lo asumo…
Pero
para argumentar lo anteriormente escrito me tengo que retrotraer al tiempo,
hace unos días, en el que me enteré, a través de las redes sociales, de que el grupo
cultural Salsipuedes iba a representar en Arucas, dentro de su corral de
comedias (local oficial y sede de su casa museo), su nueva obra teatral: "Los finaos y la mansión", intervalo de tiempo en el
cual pensé, mientras confirmaba por escrito mi presencia y la de mi familia,
que iba a asistir a una obra de teatro al uso, por lo tanto mi mente y cuerpo
se preparó para estar sentado en una silla, rodeado de público, frente a un
escenario, o lo más, ahora me doy cuenta, también se preparó para a entrar en
una Mansión del Terror en la cual nos explicarían, a través de recuadros
visuales e interactivos, lo que representa para el pueblo canario la fiesta de
los finaos; pero siendo sinceros Yo no contaba con que el director de esta
asociación José Gilberto Moreno, estoy seguro que
aconsejado por los entes etéreos que visitan las mentes creativas en la soledad
de las estancias, en connivencia con su cuerpo teatral, tuviera o tuviesen otra
cosa en mente... Algo tan sencillo y al mismo tiempo “macabro” como lo es la idea
de que el personaje del visitante de su obra “Los
finaos y la mansión” lo representase éste que suscribe y, por ende,
todos y cada uno de los cientos de asistentes, jóvenes y mayores, a la concurrida
representación. Una idea plausible, pero al mismo tiempo fatigosa para el
magnífico plantel de actores y figurantes por la repetición ante los distintos
grupos que iban a entrar en su Mansión del Terror,
acertada en definitiva; pues cuando nos ponemos delante de un libro, televisor
o obra de teatro, siempre nos queda en el sentimiento, la frustrante necesidad,
de la experimentación física, en primera persona, de las vivencias del
personaje principal o secundarios con el cual o cuales nos hemos identificado. Una
idea, repito, insisto, inesperada para el público asistente que nos brindó la
oportunidad de vivir la representación de forma participativa a través de la
interpretación pasiva o activa según el carácter de cada singular e improvisado
actor y demos gracias al Arquitecto del Universo que no se les ocurrió la idea
de que entráramos de uno en uno, porque si hubiese sido así a alguno o a alguna
se le habría parado el corazón en el transcurso del paseo por aquella tenebrosa
ruta. Gracias al Arquitecto del Universo se les ocurrió que fuéramos entrando en
reducidos grupos, pero vivido lo vivido no sé si esta no fue una decisión
premeditada para que se generasen en nosotros las condiciones óptimas
(recordemos lo último que subrayó el DRAE sobre el pánico) para que de forma
paulatina, rumiada, sintiésemos: miedo, terror y pánico.
Reducidos
grupos que se fueron formando de manera involuntaria y heterogénea de los
cuales el primero en atravesar el umbral de la puerta principal de aquella
Mansión del Terror fue en el que yo me encontraba. Les juro que si justo en ese
momento me llegan a explicar, con lujo de detalles, lo que iba a vivir y sentir
me hubiese preparado mental y físicamente para tal ocasión.
Del
grupo donde yo me encontraba diré que fue uno formado por siete personas: Un
hombre de aproximadamente unos setenta años de edad, de mirada limpia, conversación
fluida y ánimo juvenil; su esposa, una Señora agradable, serena y diáfana. Su
hija, una doctora comprometida con sus pacientes que los atiende, con mimo, en
la cada vez más decrépita Seguridad Social y su novio; con los cuales tuve la
suerte de mantener una amena charla antes de que abrieran las puertas del
corral de comedias donde se llevaría a cabo los pases de la obra de teatro; a
los cuales sumo la presencia de mi esposa e hijo. Un grupo que fue recibido por
el cancerbero de aquella mansión que nos previno de los peligros de entrar en ella.
¡Por
qué no le haría caso!
¿Por
qué?
Y
me lamento en singular, pues cuando entramos todos adoptamos roles diferentes: El
mayor de todos nosotros, como no podía ser menos, marchaba en cabecera,
cortando la oscuridad con cada paso que daba, enfrentándose a lo inesperado con
firmeza, y a éste le seguían su mujer, hija y novio de ésta, seguidamente el
menor de todos nosotros, mi hijo, que cubierta su cabeza con la gorra de su
sudadera adoptaba el rol, sin expresar miedo alguno, firme en su paso, jocoso
en sus contestaciones a los finaos, de cabeza de ésta familia; pues mi esposa
caminaba, escondida a sus espaldas y Yo.. Seguro que se preguntarán dónde
estaba Yo, pues Yo, querido lector o lectora, marchaba en último lugar,
protegiendo la retaguardia de mi mujer para que ningún finado tocase su cuerpo
con sus trémulas manos o se acercase a ella inesperadamente por un costado y
exhalase a su oído susurros fantasmagóricos (debo reconocer llegados a este
punto que tanto el maquillaje corporal como el maquillaje del entorno fueron de
un realismo brutal)…
No
podría alcanzar a expresar con palabras lo que significa ir el último en el
recorrido de una Mansión del Terror, no se
les ocurra nunca, háganme caso, nunca, como la construida en la Casa Museo de
Salsipuedes; pues ésta experiencia solamente la puedo comparar con la que
escenifican los actores de la serie televisiva The Wlanking Dead, a la cual yo
estaba enganchado, y me creerán cuando atraviesen
la entrada, crucen el pasillo, recorran el lugar donde se celebra la partida de
cartas, se aventuren en la mina, la jodida mina, y se lamenten de haber entrado
en el cementerio y a la zona oscura que les llevará directamente a la puerta de
salida.
La
bendita puerta de salida.
Te
recomiendo, querido lector o lectora, buscar en internet el pasaje de la The Wlanking
Dead donde los zombis corren detrás de los personajes principales por los estrechos
pasillos de la cárcel donde éstos se habían refugiado de la muerte y verán la
extraordinaria similitud con la mansión que me tocó sufrir.
¡La
madre que me parió! Que experiencia más fuerte.
Una
experiencia que recomiendo experimentar (este próximo 7, 8 y nueve de noviembre),
si tienen bien el corazón, háganme caso, si se encuentran preparados mental y
físicamente para difuminar en su sinapsis neuronal el miedo, para no
experimentar el terror y para no caer en el pánico como me sucedió a mí.
¡Coño,
que lograron contraer mis gregorianos!
Espero
no les suceda lo mismo.
Una
vez más la enhorabuena a la Asociación Cultural Salsipuedes por su compromiso
con la cultura que mana del pueblo y al grupo de actores y figurantes que
representaron la obra: CHAPÓ. Chapó por vuestra intensa entrega…
(A la salida de la casa los componentes, encantadoras como siempre, de la Asociación nos invitaron a castañas y anís)
Alejandro
Dieppa León.