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domingo, 16 de septiembre de 2018

FRASE Y CUENTO: ADVERSIDAD.

Querido hijo…

Si te rindes ante la adversidad las penas terminarán matándote.

Medita.

Cuento:                                             Jacinto Mata Penas.

Jacinto Mata Penas había nacido una tarde de luz penetrante y calor cuasi irrespirable, asfixiante, en el Sor Mártir de la Paz, una clínica privada para gente de clase media, tras un parto difícil que había puesto la vida del niño y la madre en jaque; pero que había finalizado bien, tanto para la madre como para el recién nacido, gracias a que Don Antonio Pérez Santino, un ginecólogo comprometido con los pacientes que más engrosaban su cuenta de resultados, se preocupó durante todo el embarazo en controlar a la ya recién parida.

El tiempo, custodio temporal de la vida de sus pasajeros, en los primeros años de vida acurrucó a Jacinto, entre sábanas de algodón y los aromáticos giros familiares, entre los sutiles cuidados de una madre inteligente, sacrificada y preocupada por la salud de su vástago y los toques de atención de un padre que solamente se preocupaba -fruto de una educación ribeteada de matices arcaicos- por traer dinero a su casa, ver si la nevera estaba llena y descansar lo suficiente para volver a su trabajo al día siguiente.

Ya de joven Jacinto, que destacaba en inteligencia y capacidad de aprendizaje, no pudo concluir el bachillerato porque la misma inteligencia que lo potenciaba lo frustraba cuando se daba cuenta que su futuro no solamente dependía de él sino de la relación que tuviera con los seres humanos del entorno donde se moviera y sobre todo con los del mundo juvenil que estaba saturado de hormonas, roles sociales donde la crueldad primaba ante la compasión y donde las escasas amistades, de cuestionado valor, fueron escollos que le llevaron, en el trazo de su existencia, a convertirse en un adulto esquivo que se preocupaba por lo que tenía solución y por lo que no también; pero aún así tuvo la suerte de conocer a una hermosa mujer que le devolvió a las estrechas y anchas calles y avenidas de la cotidianeidad.

—Jacinto… Cuanto tiempo hombre —se abrió de brazos un viejo conocido del instituto, que no amigo sincero, al mismo tiempo que acompañaba el saludo de una cetrina mueca un inesperado día de otoño.

—Hola, Tomás —había titubeado si saludarlo o aparentar el no conocerlo; pero lo correcto, la cortesía, la elegancia en el gesto le pudo.

—¿Cómo te va la vida? —tuvo la poca vergüenza de posarle su mano derecha sobre el hombro derecho— Jacinto espabila, coño… Que soy yo tu viejo amigo de instituto —lo zarandeó cuando posó la izquierda en el hombro caído, agónico, que la esperaba aceptando su destino esbozando una cetrina mueca.

—Pues bien —no pudo evitar el balbucear y su maligno interlocutor se lo notó; pues la mala hierba se alimenta de la debilidad de las otras plantas que crecen a su alrededor.

El forzado diálogo entre mente golpeada y bateador poco piadoso se extendió una eternidad para el más deteriorado y un suspiro para el que se deleitaba con su sufrimiento; pues este último volvió a tocar el viejo palo de la burla de su apellido, cosa de la cual se culpó Jacinto de camino a su casa, con la cabeza agachada, rumiando mil y una penas y amarguras que ya creía enterradas, podadas de su árbol de vida.

—¿Qué te pasa amor? —se acercó a su marido rápidamente.

—No… No, nada… —la apartó sin brusquedad buscando la oscura soledad de su dormitorio dándole la escusa a su mujer que padecía un inesperado e inevitable dolor de cabeza.

Al día siguiente Jacinto se levantó de la cama para ir a su trabajo, como si nada hubiera pasado, aunque en su interior aquel inesperado encuentro con el conocido del instituto marcó un antes y un después en el navegar de su vida convirtiendo a Jacinto en un ser quejica que en vez de afrontar los problemas y retos de su vida prefería ampararse en la queja, la desgana y la desidia.

Aquella actitud hizo mella en su fuente de ingresos, su trabajo, y como era de esperar en una sociedad competitiva: Jacinto fue fulminantemente despedido. Hecho que convirtió su vida en un calvario; pues tuvo que aceptar todo lo que le ofrecían en las peores condiciones laborales.

Jacinto, con los años, desarrolló varias patologías médicas que le dificultaban desarrollar las tareas que le tocaban en suerte de una manera eficaz; pero en vez de ponerle remedio siguió sumido en su inercia de queja y pesadumbre. Hasta que un día, en el mismo lugar donde se topara años atrás con el nefasto Tomás, se tropezó con una pareja, también de viejos conocidos de instituto, que no pudo esquivar.

—Jacinto me alegro de verte —sonó nítido en su angustia.

Jacinto no pudo escaparse, ya era demasiado tarde,

—Hola Elena, hola Jonás —el tono triste de su agonía relució ante sus antiguos compañeros.

Jacinto Mata Penas no fue fiel a su nombre, fue fiel a la agonía, a su tortura mental, a la continua catalogación de sus enfermedades físicas para encubrir con ellas la que realmente debería haber tratado; pero Jonás que siempre lo había apreciado le miró fijamente a la cara y le espetó, sin miramientos, con el látigo de la sinceridad y con la intención de ayudar:

—Muchacho entiendo tus lesiones físicas —acentuó serio, seguro— y no te voy a decir que son moco de pavo: pero —se remangó la camisa del brazo izquierdo— ves ésta cicatriz —señaló y seguido le mostró como se le había quedado el fémur de la pierna izquierda, subrayando que tenía en ella un implante de metal, para después explicarle con todo lujo de detalles: Cómo se había quedado cojo y con el hombro casi sin movimiento.

—¿Y tú crees que él dejó que la vida lo dejara impedido o postrado en una cama para siempre? No, señor, no —interrumpió la esposa de su interlocutor, Margarita, la también antigua compañera de estudios.

—Ya, ya, ya —no pudo evitar el encoger el ánimo y el cuerpo.

—Espabila Jacinto y se fiel a tu apellido Mata Penas y no te tomes a mal que te recuerde tu cruz en el “insti”. ¡Coño! Si eras el mejor de la clase… y no… y no entiendo, puñetas, como dejaste los estudios porque un grupo de putos cabrones se rieron de ti por tus apellidos. Eso nunca lo entendí. Si era tan sencillo como cambiar el sentido de la energía con la que te golpeaban. Mata Penas, Jacinto, no es un mote o una burla. Mata Penas es un lema de vida, un camino, un fin… Joder, espabila, y deja de quejarte…

—Pero cariño no te das cuenta que le estás gritando…

—Sí, joder, porque no entiendo como una mente como la suya dejó que la ignorancia le ganase la partida.

Aquella sacudida elevada de tono agitó el interior de Jacinto y a partir de aquel día, como mismo le sucediera cuando se encontró con el maléfico Tomás, Jacinto fue fiel a sus apellidos y pena que le venía en su vida la mataba con muchas dosis de humor, amplitud de miras y reafirmación personal.

En definitiva Jacinto Mata Penas se transformó en un ser humano positivo y alegre cualidades que fueron un vitalista cambio en su vida matrimonial, vecinal y laboral.

Alejandro Dieppa León.
Por una sociedad mejor,
por un mundo más justo.

Frase y cuento de mi serie: Meditando en un templo Shaolín.

Fotomontaje de mi álbum personal.

Derechos de propiedad intelectual literarios y de imagen reservados al y del autor: Alejandro Dieppa León.

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