"Aridane, si en medio del desierto encuentras una sola gota de agua, tu destino no pinta mal."
Alejandro Dieppa Leon.
Las pisadas, cansadas, llagadas y agrietadas en las plantas de sus pies por el calor desprendido por la arena, dolorosas al dibujar sus trazos, dejaban detrás de él un rastro indefinido, lamido por el viento en las aristas de las dunas rebasadas con la intención de borrar su paso por aquel mar de arena: Locura del cuerdo llena de susurros. Advertencia dolorosa para todo aquel que quisiera seguir sus pasos, su irracional voluntad por alcanzar el ideal de vida perfecto, el lugar anhelado donde el punto es la representación exacta del todo y no el círculo; pues es principio y final en un solo instante.
Una utopía terrenal macerada por los que le predecedieron. Héroes cuya doctrina se ha mal interpretado y mercantilizado para perpetuar intereses impuros, más terrenales que espirituales...
Un lugar llamado “Paraíso”. Ideal donde, para él, la perfección lógica del razonamiento no imponía ni sesgaba las libertades respetuosas, los sentimientos puros, el bien... pero el bien entendido, la ausencia de dolor, el éxtasis en dar más que en recibir...
Un lugar distinto del de donde había nacido, criado y al cual no podía volver; porque el ostracismo político y el no político lo había desterrado en vida.
Por eso ocultó su lugar de procedencia cuando decidió adentrarse en la soledad del penitente, del asceta, aunque a veces dejaba entrever en cada lamento detalles de su lengua, de sus seres queridos, a los cuales no olvidaba, y hasta incluso detalles de personalidad...
Por eso simplemente se limitaba a caminar bajo aquel sol ardiente, sin esperar nada a cambio, motivado por el espíritu de supervivencia, intentando alcanzar su ideal, utopía o no utopía, era su ideal...
Y llegado a un punto, ya dejado tras de él el mar de arena, ya pisada la agrietada tierra que clama agua, sintió sed cuando su garganta le golpeó con su seco aliento, áspero y doloroso recordatorio de su inevitable fin, como su peregrinar y según desfallecía elevó su cabeza hacia el cielo, abrió su boca para implorar clemencia, un rápido adiós, y de este lienzo azul se desprendió una gota de agua que se había condensado la cual cayó dentro de su boca y se deslizó suavemente por su ajada garganta.
Éxtasis que le hizo desfallecer.
Minutos más tarde despertaba con las energías renovadas y miraba el horizonte con distintos ojos, hasta incluso le pareció ver aquel oasis al que esperaba llegar. Instante en el que comprendió porqué había salvado su vida, porqué no había muerto en aquellos lejanos parajes, desolados, despiadados con el ser humano...
Y simplemente siguió caminando, en definitiva viviendo.
Gracias a cuantas gotas de agua me han calmado la sed en este peregrinar...
Recuerda hijo lo que tantas veces hemos hablado que se resume en este texto y en esta cita.
Tu padre....
Alejandro Dieppa León.