Existen personas que aunque se miren al espejo solamente ven en él lo que quieren ver
Medita...
Cuento: Un espíritu ante el espejo.
Magnolia, una mujer cincelada por la mano de la genética desde el primero de sus cabellos hasta las mismas uñas de sus pies, caminaba por la calle, con la carpeta llena de esperanzas hacia su nuevo trabajo, columnista de un prestigioso periódico del norte de New York, aspecto de su vida por el cual se sentía plena, llena, sosegada, satisfecha... Pero la caprichosa vida, en uno de sus acrobáticos giros, la quiso poner a prueba, medir su estado anímico, espiritual, en definitiva, ver si había madurado con el latir del tiempo, por eso, al doblar una esquina, se tropezó de frente con una antigua amiga de juventud.
—¡Magnolia, que gusto me da verte! —sonó sincero el tono de voz y realmente lo era.
A Magnolia le dio una sacudida el corazón porque aquella presencia, aquel tono cordial, afable, dinámico, le retrotraía a unas experiencias vitales que creía haber olvidado dándole de lado con el silencioso tono de la indiferencia y con el látigo del duro tiempo...
—Hola, Soledad... —el acento marcó la distancia—. Espero todo bien...
Soledad, madre de una niña, con un marido golpeado por la vida, en paro, con infinitas deudas que pagar, y perseguida por la maldad de unas vigorosas lenguas viperinas, pensó que podía exhalar con la que consideraba su amiga parte, pero de forma sutil, su malestar, porque el resto de la conversación rodó en torno a aspectos generales y solidarios.
—Cuenta con mi respaldo, amiga —se despidió con prisas.
Con su carpeta y actitud positiva entró en su nuevo despacho y cumplió, al milímetro, con el cometido pactado en el contrato.
Llegada a su casa, serían las nueve de la noche, su amado esposo, un hombre honrado y solidario, le preparó la cena.
—¿Cómo te ha ido el día? —colocó un plato delante de su amada esposa.
—Bien, Juan, bien —le transmitió una mala vibración.
—¿Te ocurre algo? —pensó que el día de trabajo se le había torcido, atragantado...
—No, todo marcha bien.
Su marido prefirió no rozar la astilla que percibía se había clavado en el alma de su esposa, por respeto a su estado de ánimo y al amor de su vida, por eso se sentó a su lado, en sepulcral silencio, y esperó una reacción al respecto en un sentido u otro: Él la conocía bien.
Terminada la cena ambos se levantaron y se dirigieron a su dormitorio y después de una gratificante ducha Magnolia se puso frente a su espejo...
—¿Te acuestas ya? —le preguntó su esposo que cansado de ver como acicalaba su ensimismamiento, quiso romper la distancia que les separaba y agrietar el hielo de la meditación en la que se había sumido Magnolia.
—¿Qué? —le dio un vuelco el corazón.
—¿Que si te acuestas ya? —preguntó intuyendo la respuesta.
—No, ahora no.
Los segundos se enhebraron unos con otros formando los minutos y éstos, secuencialmente, 60, marcaron una hora. Instante en el cual el casual encuentro con Soledad se tornó nítida imagen de la persona recordada en el cristal del espejo y fueron todos aquellos rasgos vislumbrados los que alentaron a Magnolia a escribir en su diario solamente los detalles negativos de aquella nítida imagen y al finalizar se sintió bien consigo misma, porque no se daba cuenta que los defectos que le otorgaba a su amiga eran los suyos: Su viva imagen.
La vida, sonrió, y pensó que era una buena condena que se encontrase día tras día a aquella amiga por la cual no sentía simpatía y así fue hasta que Magnolia se dio cuenta que Soledad era una persona, buena, sufrida, necesitada de una verdadera alma sincera, que simplemente confiaba en ella, por eso se atrevía a contarle, siempre de manera sutil, cada vez que la veía, lo que le pasaba.
Espero no seas de esas Magnolias, querido lector, que hay por el campo y realmente, cuando te mires al espejo te veas a ti misma o a ti mismo, para no auto engañarte y engañar con un mal comentario a quien se tope contigo...
Alejandro Dieppa León.
Por una sociedad mejor,
Por un mundo más justo.
Derechos de propiedad intelectual literarios y de imagen reservados al y del autor: Alejandro Dieppa León.
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