El mendigo llegó y decididamente todos se alejaban de él, cuanto podían, dándole la espalda; porque su sudor: ácido, repulsivo, excluyente... lo apartaba del estado de reposo emocional, que las "gentes de buena voluntad" maceraban en sus "limpias conciencias".
Ayudadme —rogó, a diestro y siniestro, dentro de aquel amplio salón, extendiendo sus sucias manos—. Necesito comer... Dadme algo…
—No molestes, no te acerques —dijeron algunos, mientras la mayoría seguían dándole la espalda revestidos de insolidaridad.
Aquel ser humano, en otro tiempo, dentro de la sociedad, y ahora fuera de ella, tras perder su trabajo, mujer e hijos se sintió morir.
Pensamiento:
¿Por qué cuanto más tenemos siempre nos sentimos poderosos ante el más desvalido?
Alejandro Dieppa León.
Foto encontrada en la red y en la que me inspiré para escribir este cuento.
Tal vez esas mismas personas le hubieran brindado un pedazo de su filete a un gatito sucio que les maullara a sus pies.
ResponderEliminarEs que a veces sentimos, hipócritamente, más compasión por los animales que por los humanos.