Serían las cinco cuarenta y cinco de la tarde de este pasado jueves, 17 de diciembre de 2009, minuto más o menos, ¡qué más da!, cuando recogí a mi querida amiga, y poetisa, Margarita Ojeda a la vera del negro mar de asfalto por el cual me había desplazado hasta alcanzar la dirección pactada días antes: En frente de la iglesia del pueblito de San Andrés, en la zona costera del norte de la isla de Gran Canaria, espacio concurrido por turistas, surfistas y amantes de nuestro Atlántico...
Sí, en frente de una iglesia... ¡Por qué no! Cualquier espacio es válido cuando el encuentro es grato...
Una iglesia que ampara bajo su manto espiritual la larga hilera de casas, impregnadas de olor a mar, que conforman la idiosincrasia de este pueblito y que me hablaron, entre susurros, de los tiempos en los que los hombres se atrevían a navegar en pequeñas barquillas sobre el vigoroso Atlántico. Únicamente para obtener de éste el sustento diario reflejado en la dignidad de un plato de comida y en la suerte de poder escuchar las risas de satisfacción de sus seres queridos por tener algo que llevarse a la boca...
Ya vuelto a la realidad y una vez ubicada nuestra compañera de viaje dentro de mi coche: justo detrás de Atteneri, mi esposa, y al lado de Aridane, mi hijo de once años, recorrimos la distancia que nos separaba de la calle de la barranquera a la velocidad marcada por las señales de tráfico, por respeto a las normas y porque la prisa en estos casos siempre es mala consejera...
La recorrimos hasta justo alcanzar el desvío que nos llevó al final de dicha calle, lugar donde, por espacio de unos minutos, pudimos observar parte del imponente conjunto de casas edificadas sobre la fortaleza pétrea del Roque, saliente situado entre San Andrés y San Felipe, y a partir de ese punto emprendimos el ascenso a la Villa de Moya, una esmeralda pulida en el extenso Jardín de las Hespérides, recorriendo el escarpado camino de los tableros hasta encontrarnos de frente un cruce, duda despejada al tomar la carretera de Cabo Verde.
No habiendo finalizado su largo trayecto nuevamente me desvié por un discreto atajo asfaltado hacia El Frontón, entorno donde nació mi abuela materna Dª Aurora Rivero Trujillo, paisaje revivido, rememorado, justo cuando lo atravesaba: con mis recuerdos de niñez, de juventud, de adulto y lugar donde la familia de mi abuela, mi familia, está profundamente arraigada, macerando aún la cotidianidad de un entorno apacible y complaciente.
No olvido tampoco que parte de esta familia también extiende su simiente en El Lance y en otras partes de tan entrañable Villa de Moya.
Después de salir del Frontón recorriendo una nueva vía asfaltada, esta vez, estrecha, muy estrecha: no apta para despistados, ni para amantes de la velocidad, llegamos, intentando aparcar, al cementerio de Moya, lugar donde el invisible cancerbero de la fortuna, nos guardaba un aparcamiento.
Gracias por tal deferencia para con este mortal.
Ya a pie intentamos matar el tiempo de espera en algo ameno a parte de la distendida charla; pues habíamos llegado casi cuarenta y cinco minutos antes de la hora prevista de comienzo al acto al cual íbamos a asistir como espectadores, la presentación en la casa museo Tomás Morales del libro del poeta tinerfeño D. Javier de la Rosa titulado: “20 rosas de lluvia, Moya“ decorado con ilustraciones de mi querido amigo y pintor Gran Canario Felipe Juan, por eso, después de un corto paseo, nos topamos de frente con un vistoso belén, el cual decidimos ver más de cerca dentro de la casa de la cultura de la Villa, privilegiado lugar donde permanece expuesto.
Una vez dentro de esta casa, esfera cristalina donde se fragua el trabajo bien macerado para orgullo de los moyenses, porque en este espacio se trabaja por la cultura con una impecable e impoluta coordinación y trato para los ponentes y los invitados por parte de D. Francisco Romero Roque y su equipo de trabajo, entre otros cito a Dª Ángeles Domínguez, la Ypatia de biblioteca, todos ellos bajo el mandato de la concejala Dª Inmaculada Guerra...
Sí, una vez dentro de este templo de las letras, de las artes y del buen hacer quedamos admirados de la sencillez con la que se había armado el belén, con sus detalles, con su minuciosa candidez y decidiendo ampliar conocimientos sobre aquella gran casa nos acercamos hasta una mesa de información, indirectamente, observando la exposición de objetos de sencilla artesanía del lugar que había en frente de dicha mesa...
Una señorita visiblemente atareada en su trabajo, casi sin pedirlo, con todo lujo de detalles nos informó de todo lo expuesto: A quien pertenecía la artesanía que apreciábamos, de la exposición de pintura y tejas que había en el piso superior y en la escalera de acceso a éste, además de hablarnos e invitarnos a ver la obra de teatro juvenil, los actores eran jóvenes moyenses, puesta en escena por un taller de teatro de la zona.
Intentando abarcar aquel amplio abanico de propuestas culturales, nada despreciables, interesantes todas ellas, llegamos al salón donde un nutrido grupo de espectadores asistían, con visible interés, a la representación de la obra de la que nos había hablado la señorita del piso de abajo.
A mi hijo, a mi esposa, a Margarita y a mí nos impactó la profesionalidad de dicho plantel juvenil, la puesta en escena, su forma de expresarse, su sentimiento escénico, y nos dolió profundamente el no poder quedarnos hasta el final de la obra, pero el tiempo, ese ingrato cronista de nuestra efímera existencia se emperro en recordarnos que faltaba poco para que empezara el acto al que íbamos a asistir.
Ya dentro de la casa museo Tomás Morales, recorrimos las estancias de ésta en la cortísima espera del comienzo de la presentación del libro, la paladeamos a sorbitos, escasos, pero intensos, gratificantes todos ellos... y una vez alcanzado el jardín, dentro de aquel remanso de paz, a la sombra de un centenario drago, nos comunicaron el comienzo inminente del acto.
El cual se encabezó con una breve presentación por parte del Sr. Alcalde, D. Antonio Perera Hernández, dentro de la cual disculpaba la tardanza de la directora de la casa museo por causas involuntarias a su interés y de la concejal de cultura por causas médicas, cambiándose el tercio de la mesa al finalizar dicha presentación para que entraran en escena D. Francisco Romero Roque, coordinador del acto, que junto a D. Manuel Pérez Rodríguez, prologuista de lujo, D. Javier de la Rosa, autor del poemario, y D. Felipe Juan, ilustrador del libro, llevarían a cabo el peso de la presentación.
Ya finalizada la interesante lectura de la resumida, ¡créanlo muy resumida!, trayectoria personal de los convocados, Don Manuel tomó la palabra y excelso en su exposición e incisivo como siempre en temas que nos tocan muy de cerca amenizó un tiempo que nos supo a poco, a muy poco... Seguidamente le llegó el turno D. Javier de la rosa, que vestido de negro, anillo con un toque de rojo rubí, matizó con maestría los rasgos característicos de un gran maestre de la orden del Temple, aparte de hacernos vibrar con el manejo del verbo, del verso, de la cadencia al susurrarnos trazos de la Villa de Moya, sensaciones vividas por él en un viaje hacía años en compañía de Felipe Juan y familia, en las cuales pudimos oler el roció en el convulso e imparable tiempo, cito de su poema “EL TEMPLO”: “El tiempo se queda en una nube húmeda de fragor distante...” y seguido, el pintor Felipe Juan dejó patente su característica humildad dando las gracias a cuantos trabajaron directa o indirectamente en dicho proyecto, en especial a su nuevo maestro el pintor Gran Canario D. Antonio Sánchez...
Pero no queda aquí la cosa... ¿Qué piensan ustedes que sucedió al finalizar dicho acto? Un acto exquisitamente orquestado en el corto tiempo, cuarenta y cinco minutos, con turno de preguntas incluido, en el cual se regalaron los libros... ¿Qué nos fuimos a casa como si tal cosa? Pues no, seguidamente entró en escena una interesante e inteligente forma de fomentar la cultura entre la juventud, tomemos nota de este detalle, hacer participe en un acto cultural de tamaña envergadura a las escuelas artísticas de la Villa, con piezas musicales que en conjunto no duraron más de quince minutos, interpretadas en su mayoría por niños...
Permítanme felicitar a quien promueve la cultura en el lugar donde nació mi abuela materna, porque si se han dado cuenta en un corto espacio de tiempo se tenía un amplio abanico de opciones para pasar la tarde-noche y bien coordinadas; pues había para todos los gustos, se llenaban todos los espacios de gente...
Una noche, ya a la salida, donde el viento aliado de la envidia, trató de romper con estallidos de ira, una magnifica velada, exquisita en el trato por parte de los trabajadores de la cultura de esta esmeralda de nuestra isla...
Una tarde-noche que quedará en mis recuerdos con aromas a rosa...
Felicidades CULTURA... Has encontrado un nuevo campo donde germinar, cual rosa de Hércules, dentro de esa esmeralda de nuestra isla, la villa de Moya.
Con permiso de ustedes permítanme dedicarle este texto a la memoria de Dª
Aurora Rivero Trujillo, una mujer, como muchas de su época, piedra angular de la familia en la sombra, muy en la sombra, y trabajadora hasta la saciedad, que me enseñó a sonreír...
Besos abuela, aún tu recuerdo me roza la piel con cristalinas perlas de cariño...
Tu nieto Alejandro Dieppa León.
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