A VECES LA SUERTE ES TAN
INTELIGENTE
QUE PARA PONER TU VIDA EN
ORDEN
TE JUEGA UNA MALA PASADA.
MEDITA...
MEDITO LOS ZARANDEOS DE NUESTRA AMIGA Y ME DOY
CUENTA, AHORA QUE SOY VIEJO, QUE ME QUIERE TANTO QUE CUANDO NO SIGO O SEGUÍ SUS
ACERTADAS SUJERENCIAS ME JUEGA UNA MALA PASADA PARA ORDENAR UN PREVISIBE CAOS
EN MI VIDA. …
MEDITEMOS…
CUENTO: NUNCA
DUDES DE TU SUERTE.
Hace muchos, pero que muchos años, en un lejano
bosque lleno de altos árboles y escasa luz, vivía, dentro de una profunda cueva
cavada bajo las fuertes raices de uno de aquellos altivos entes vivientes, una
familia de osos compuesta por una mamá y cuatro oseznos: Dos hembras de su
primera camada que aún eran reacias a abandonar a su madre y dos pequeñines de
siete años de su segunda camada.
Todo estaba en calma dentro de aquel cómodo y
confortable hogar que mantenía a los plantígrados ajenos a las inclemencias de
un invierno que ya había tocado a su fin además de mantener el péndulo de la
respiración de sus habitantes anudando lazos de armonía con el pasar sereno del
tiempo hasta que de pronto uno de ellos interrumpió aquella hermosa sinfonía de
lo apacible:
—Mamá,
mamá —zarandeó Nazt, el osezno más pequeño de los traídos al mundo por aquella
aletargada y perezosa gran osa grizzly.
—Ya
empezamos otra vez —dijeron, a la vez, mordiéndose el labio inferior sus dos
hermanas mayores.
—Mamá,
mamá —insistió el pequeñín presionando con la punta del hocico el vientre de su
madre e ignorando la queja de sus hermanas mayores.
La
gran osa se removió para sacudirse la molestia además de para poner orden en la
cueva y el movimiento de su cuerpo zarandeó a Cobo el otro osezno que ajeno a
la insistencia de su hermano siguió en el séptimo sueño.
—¿Qué
quieres ahora? —Rugió suavemente su madre ataviada con un manto de resignación
sabiendo lo que demandaba su pequeñín desde hacía tiempo.
—Ya
sabes lo que quiero, mami.
—Lo
sé hijo, lo sé…
—¿Entonces
me dirás este año hacia dónde se fue mi padre?
La
madre no contestó y no contestó porque viajó en el tiempo, con la mente, a
aquel lugar del río donde se encontrara, por primera vez, con su amado, el
padre de todos sus hijos y gran oso que venía a visitarla, egoístamente, cada
vez que su ansia de amor la necesitaba.
El
pequeñín miró a su madre a los ojos y volvió a respetar un año más que no
respondiera a su pregunta, porque no respetar su silencio si ella lo trataba
con cariño y amor maternal, ya le contestaría algún día a su pregunta se dijo
mientras se acurrucaba bajo el espeso pelaje de su madre buscando el sueño y así
pasaron los días, ataviados éstos de un silencio placentero, hasta que llegado
el momento preciso todos abandonaron la cueva y pasito a pasito recorrieron el
profundo bosque siguiendo un camino marcado por la matriarca en busca del río
que cortaba en dos a aquel profundo bosque donde vivían en busca de los jugosos
salmones que vendrían a desovar ese año.
Una
vez llegado al lugar deseado la madre se zambulló en el agua seguida de sus dos
hijas y una vez las tres dentro, después de haberse sacudido dos veces la
cabeza, la matriarca rugió:
—Nast, Cobo, no os mováis de la orilla y no os
acerquéis a la cascada que podéis caeros al río y la corriente os arrastrará
río abajo o peor os ahogará.
—Sí
mamá —gruñó obediente Cobo mientras su hermano, ajeno al consejo, se acercaba
al lugar no deseado por su madre y cuando está se dio cuenta le rugió con
fuerza:
—Nast
no te acerques al… —fue lo último en rugir la gran osa grizzly antes de ver
caer a su pequeño por el borde de la pequeña cascada y mientras éste caía se
lamentó de la mala suerte que había tenido tras haber pisado aquella roca sobre
la cual dudó si posar su peso para alcanzar un buen lugar al borde de la
cascada donde poder atrapar un jugoso salmón cuando éste saltara a la tanqueta
donde estaban su madre y sus hermanas.
El
torbellino de agua tras la caída, alentado por la suerte, zarandeó con fuerza
al osezno, pero éste, fiel a su naturaleza combativa y luchadora, se negó a
rendirse ante una muerte tan miserable y mientras el líquido elemento tiraba de
él hacia las profundidades él combatía, gastando por minutos sus fuerzas,
tratando de aferrarse a la vida y cuando todo presagiaba que iba a morir de
ahogamiento un gran estruendo entrando en el agua agitó la ya jadeante
naturaleza del río entonces una gran zarpa agarró al casi moribundo osezno y lo
sacó del agua a tal velocidad que cuando calló en la orilla la que había
tragado salió toda de golpe dándole el hálito de vida esperado para recuperar
el resuello, aliento y fuerzas.
—Gracias
mamá por haberme salvado la vida —gruñó lleno de felicidad mientras habría los
ojos poco a poco al sentir la presencia de quien le había dado una segunda
oportunidad para seguir meditando el mundo y cual no fue su sorpresa cuando
ante él se materializó un rostro nunca contemplado, facciones duras. Un rostro de
un congénere al que nunca había visto y con el cual nunca había hablado.
—¿Quién
eres? ¿Eres el gran Dios de los osos o un viajero que pasaba por aquí? —le preguntó
mientras redefinía el tamaño de sus pupilas para dibujar en su mente mejor la
figura de aquel gran macho de oso grizzly.
El
enorme plantígrado sonrió por primera vez en su vida y sin dudarlo le rugió con
voz potente:
—Soy
tu padre.
El
pequeño se abrazó a él y tras hablar largo y extendido con su progenitor, del
porqué de su ausencia y de sus muchas aventuras, comprendió que si la suerte no
le hubiese tratado como le trató nunca habría conocido a su padre.
Y
colorín colorado este cuento dedicado a ti, pequeño oso, ha terminado.
Alejandro Dieppa León.
Por una sociedad mejor,
por un mundo más justo.
Frase y cuento de mi serie: Meditando en un templo Shaolín.
Fotomontaje de mi álbum personal.
Derechos de propiedad intelectual literarios y de imagen reservados al y del autor: Alejandro Dieppa León.
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