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miércoles, 1 de diciembre de 2010

CUENTO: DE VALIENTES Y COBARDES.


Aquel hombre tan delgado que casi se le notaba, en ciertas posiciones, la chaqueta de huesos abrazando su pecho; caminaba erguido, cual vara de bambú, con su cabeza enderezada, bien levantada; pues en su interior y conciencia no guardaba ningún punto oscuro que le obligase a adoptar otra postura o a ocultar su identidad cuando entraba en debate; caminaba con la mirada fija, no perdida, en el horizonte por la avenida principal de aquel pueblo donde naciera hacía ya más de cuarenta años, en una casa de gente humilde, esa que viste y calza la necesidad extrema, empotrada cerca de una esquina, a la fuerza, ángulo donde todos los días los perros machos del lugar solían mear para marcar su territorio, firma olfativa con la cual se identificaban los unos a los otros, sin miedo a reafirmar su postura en justa lid con el contrincante sobre el cual discrepaban quién era el dueño y señor de aquel maloliente lugar, y al llegar a cierta altura de su recorrido, de su paseo matutino en dirección a su carpintería, la cual habría al público a las ocho de la mañana, decidió, antes de abrir su negocio levantado con el sudor de su frente, entrar en el bar de “Taco”, un antiguo soldado licenciado sin honor por desvalijar a los muertos en la guerra, a tomar un café.


¡Muy buenos días a los presentes! saludó a “diestros” y “siniestros”, que de las dos clases había, y muchos, en aquel lúgubre lugar.


"¡Otra vez aquí este incordio!" pensó alguien que no le deseaba el bien desde hacía años; porque el éxito de la persona envidiada en su trabajo, su esfuerzo y constancia, para lograr sus metas, eran un puñal clavado en aquella mediocre existencia.


¡Muy buenos días, distinguido señor! Estuvo a punto de hacerle hasta una reverencia; pero se contuvo. ¿En qué le puedo servir? se notó el acento, el tirón de orejas por no poder rebañar de la cartera de “Ñito”, diariamente, los cincuenta céntimos que costaba un café aguado en aquel cuchitril.


Ponme un…


Sí, ya… Un café bien cargado le rechinaron los dientes.


Mientras “Taco” preparaba el café, los habituales de la mesa del fondo, a la izquierda, esa que en estos lugares queda bien resguardada de toda mirada indiscreta desde la calle, comenzaron a cuchichear entre ellos en voz baja, “Ñito” se dio cuenta, pero no le dio importancia; pues para él lo realmente importante era tomar su café, para levantar el ánimo antes de empezar su dura jornada y abrir su negocio.


Aquí tienes un vaso de la verdadera gasolina del obrero mientras le servía su ojo izquierdo comenzó a pulsar espasmódicas manifestaciones nerviosas.


¡Gracias!


Sin perder tiempo, agobiado porque se acercaba la hora de apertura, cogió con la diestra el vaso servido, lo levantó y se lo llevó a la boca.


¡Puafff! en un acto reflejo también se limpió los labios con la mano libre, los de la mesa de la izquierda pararon de hablar. ¡Coño, “Taco”! Este café está horrible: Aguado y frío…


Siempre quejándote. Siempre quejándote. Anda págame el café y sal de aquí al momento que no quiero verte más…


“Taco” verdaderamente imponía, su gran envergadura, masa muscular, ancho rostro, pelo corto y grasiento, barba de cuatro días y tatuajes ayudaban a ello, pero a “Ñito” no le amilanó aquel cuadro, ni la verborrea empleada, ni tan siquiera el gesto de levantarle el puño ante él haciendo ademán de darle un puñetazo si no hacía lo que se le decía al momento. No le amilanó porque el ojo izquierdo de aquel mastín había comenzado a parpadear con más fuerza, gesto que para su cliente era signo de su debilidad interior.


Escucha “Taco” no retrocedió ante el avance del dueño del bar. Yo me gano la vida con el sudor de mi frente y nunca a un cliente lo he tratado como tú me tratas a mí, pero si es el dinero lo que te preocupa más que la calidad sacó el dinero del bolsillo con rapidez y lo estampó sobre la barra toma aquí tienes los cincuenta céntimos, pero a cambio me dejas la hoja de reclamaciones.


La hoja de reclamación, encima. Serás cacho cabrón… los de la mesa alejada de las miradas de la calle, afines a “Taco”, llegaron a tiempo de que no ocurriera una desgracia, mientras el resto de clientes, los más, comprometidos silenciosamente con la postura de ”Ñito” abortaron con su presencia, solamente con su presencia, lo presumido como desgracia. Consiguiendo los primeros serenar a aquella mole ex militar.


A marchas forzadas llegó la hoja de reclamación al ofendido cliente y éste la rellenó, con serenidad, estirando el verbo, agudizando el adjetivo calificativo y una vez rellena pidió que se la firmase el propietario del establecimiento. Éste aconsejado por sus afines la firmó, no sin lanzar una mirada de muerte a aquel incordio en su vida.


Al día siguiente la noticia había corrido como reguero de pólvora por el pueblo, hasta llegar a la ciudad en forma de noticia impresa en papel, y al resto del mundo a través de internet obteniendo la noticia publicada solamente estos comentarios:


“Qué fuerte, en un pueblo tan tranquilo, tanto odio guardado.”


Firma: Julia Nere Nara.


""Ñito" no es mala gente, lo malo es el café servido por “Taco”.”


Firma: Herminio Solido Cardené.


“Ten más arrestos!! ¡Ñiiitooo! Porque tienes que ser muy fuerte para enfrentarte a los fuertes.”


Firma: Maquiavelo.


“Estimado Maquiavelo como le suelo decir a mis conocidos “El perro que mea en una esquina y no deja su firma olfativa seguro que no es perro sino perra.” Yo no veo la tuya. Un fuerte abrazo”


Firma: “Ñito”


Y colorín colorado, este cuento, con moraleja implícita, se ha terminado. Si les apetece descúbranla.


Desde este medio mi más sincero respeto, aunque no comparta las opiniones de algunos, a todo aquel que es capaz de expresar con nombre y apellidos, foto incluida, lo que piensa y siente.


Alejandro Dieppa León.



Foto de mi álbum particular en la cual me inspiré para escribir este cuento.

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