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lunes, 11 de enero de 2010

TEN UN AMIGO HASTA EN LA PUERTA DEL INFIERNO










Debo reconocer que, este treinta y uno de octubre pasado, mes de las castañas, cruzando el barrio capitalino de Vegueta, mi paso se hizo cada vez más lento, pesado, casi asfixiante, motivado por una extraña sensación, oráculo de mal presagio que recorría todo mi cuerpo en forma de esporádicos escalofríos, convulsiones involuntarias del cuerpo que me hacían dudar si seguir adelante, o no, en mi empeño por llegar al lugar que tenía pensado...

Mal presagio que no sabía si me prevenía de algún mal o al contrario me confirmaba, vistiendo su negra sombra, su malsana intención, un fatídico final; pero aún así no desistí en mi inercia, seguí adelante con determinación, y convencido gané, y subí, la calle del Espíritu Santo, paráclito de los mortales, encomendándole mi alma y mi fortuna una vez más, invocando su sempiterna ayuda, como suelo hacer cuando el mal llama a mi casa intentando que pierda el sentido del decoro y hasta mi honra; pues sé que éste nunca me la negó y me la negará.

Y así, ya con paso más ligero, sabiéndome protegido, doblé en la Catedral de Santa Ana a la izquierda, santuario dejado atrás al recorrer la calle Obispo Codina en dirección al barranco del Güinigüada, sereno; pero ligero... muy ligero... Yo afirmaría: casi flotando en una nube...

Una vez cruzada esta antigua linde, así se cree por lo menos, así lo afirman los expertos, entre los guanartematos de Agáldar y Telde, antes de que se iniciara la conquista castellana por Jean de Béthencourt (1360–1422). Confieso: la crucé no muy alejado del lugar donde Juan Rejón, amparado en la fuerza armada de 600 hombres de la baja Andalucía, mercenarios todos ellos, asesinos a sueldo todos ellos, fundó el Real de Las Palmas...

Recapitulo...

Una vez cruzada esta antigua linde, nada más pisar la plazoleta de las ranas, se volvió apoderar de mí aquel sobresalto que pensaba había dejado atrás, añadiéndose a él la sensación de que algo, o alguien, me seguía los pasos muy de cerca, ¿por qué a mí?, me pregunte varias veces sabiendo que no tenía respuesta a tal pregunta, que no encontraría nunca una solución lógica a tal fenómeno; por eso seguí, seguí andando, mirando hacia atrás, en momentos puntuales, pero nada... ni nadie... Seguí andando, mirando a izquierda y derecha; pero nada... ni rastro... Así un paso tras otro, un metro tras otro, hasta que el sonido de aquella música sacra, amalgama de ecos tétricos exhalados a través de los tubos de un órgano de catedral acompañados de una voz: tersa, hermosa, pero ataviada de sepulcral tono... consiguieron acrecentar mi ansiedad, mi miedo...

Sí, miedo... Sentí miedo... ¡Y qué! ¿Quién no ha sentido miedo alguna vez?

Así llegué, imbuido en tal ambiente, a los mismos pies de la biblioteca del Cabildo de Gran Canaria, improvisado foro donde un numeroso grupo de personas esperaban a la puerta de ésta para entrar al cuenta–cuentos de terror que se llevaría a cabo aquella noche...

La gente, aglutinada, presionando sus cuerpos los unos contra los otros, no me dejaban paso, no me permitían avanzar entre ellos, todos querían entrar, ser los primeros... los primeros en sentir el miedo... sí, otra vez el miedo... y con su forma de actuar me impedían liberarme del mío, de aquella sensación que corroía mis entrañas.

Una vez llegado a la puerta:

– ¡Su entrada, por favor! – me comentó una de las encargadas de guardar el orden de entrada al acto.

Buscando en el bolsillo de mi camisa la entrada, lugar donde guardo: Un bolígrafo, mis gafas para leer y todo aquello que no supere su tamaño y que vaya a utilizar en un futuro próximo, como sería la entrada al evento, me sorprendió no encontrarla allí...

¿Por qué? No lo sé... Aún más... no la encontré en el resto de mis bolsillos.

– ¡Por favor! Apártese y deje hueco a los demás – aconsejó la encargada.

Como buen ciudadano, me aparté y entonces sentí una mano fría sobre mi hombro... No, fría no... gélida.

– Si perdiste tu entrada, a mí me sobra una – dijo.

Yo me volví y mi mirada se topó de frente con aquel rostro, blanco, marmoleado, fantasmal y recogí la entrada: en silencio, serenado por su sonrisa... Acabando aquel instante con un simple gracias.

Ya sentado en mi butaca, en penumbra dentro de la Biblioteca del Cabildo, comenzó el acto.

El primer cuento comenzó a narrar la historia de una joven que murió de amor recordando una promesa y que convertida en fantasma moraba en la biblioteca, alimentándose de palabras.

“Que historia, que bien contada” me decía inconscientemente embebido en su hilo narrativo, cuando de pronto, a la derecha de la narradora se materializó una figura, blanca, etérea y en ella reconocí a la joven que me había dado la entrada; para que yo también me alimentara de palabras, seguro, y con el estomago lleno pudiese dar de comer a otros, hilvanando historias, unas alegres, otras no tanto...

¡Qué se le va a hacer la vida es así!

Conclusión: Cuánta razón has tenido madre y tienes en decirme, al aconsejarme: “Alejandro... ten un amigo hasta en la puerta del infierno”. Frase que el saber popular, sabio por experiencia acumulada durante siglos, inteligentemente ha forjado para ser razonada, meditada y sopesada.

Sé por experiencia que muchos utilizan esta otra: “O estás conmigo o contra mí” y que éstos poco avispados seres piensan que tratar de mantener un equilibrio en la fuerza dinámica de los acontecimientos es una debilidad o un acto de traición... No, señores... No... Buscarse enemigos es una cosa fácil, créanme, más fácil de lo que parece, nada más tenemos que estar vivos para que éstos crezcan a nuestro alrededor como espinas de un rosal: Injuriando, calumniando, amenazando a tu familia... Sí, hasta la familia no lo duden... Tratando de destrozarte la vida porque sí...

Es por esto que yo no desecho la amistad del que me extiende la mano, del que me ayuda, del que me permite expresarme en libertad como en esta publicación: Ya sea este alto, bajo, negro, blanco o amarillo, del cielo y o de la tierra, porque yo busco lo autentico en las personas...

Pos data: Gracias a la pareja que me cedió sus entradas, amigos en la puerta del infierno, ¡metafóricamente hablando, claro!, y digo entradas porque fueron más de una, para que yo, mi mujer y mi hijo pudiésemos disfrutar, este pasado día 31 de octubre de 2009, de una velada inolvidable en la biblioteca del Cabildo Insular, gracias Macu y gracias a todos aquellos que trabajan a favor de la cultura dentro de este templo del saber...

¿A que mi madre tiene razón?

Alejandro Dieppa León.

Fotografía de mi álbum personal, Gran Canaria, 2009.

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