Por Rosario Valcárcel
¿Alguna vez contaste
Las veces que aullé tu nombre
Cuando hacíamos el amor…?
Pues eso.
Lucas Rodríguez
Lucas Rodríguez igual que el verdadero filósofo parece que está interesado en averiguar el fundamento de ese extraño rompecabezas que es la vida humana en el mundo, parece que está interesado en desgajarla de sus velos para poder llegar a las profundidades.
Así su poesía surge de sus inquietudes, de las ansiedades del día a día y de las preocupaciones eternas. De la búsqueda de su Yo, de la meditación y del diálogo consigo mismo.
Porque nuestro poeta ha tomado consciencia de la vida, de los elementos cotidianos, de la deshumanización del mundo, de la turbación vital y del desasosiego. Y se enfrenta a ellos unas veces con angustia y otras con una nota de humor, incluso con la sátira y los mecanismos de la cultura del comic.
Se enfrenta con su palabra, con su poesía, con esa arma que poseen los poetas para alzar la voz y expresar lo que acontece a su alrededor, como hace en el poema “El hedor” que observa lleno de espanto el abismo que nos puede ofrecer un recorrido de una línea de metro.
Los cadáveres de la línea 10 en agosto apestan
como el hedor de la basura a pleno sol,
el hedor de la mano de obra barata
-mis manos son putas y callan y otorgan-
el olor de las vidas en putrefacción expuestas
a perder,
el hedor de las almas bajo tierra
si, ese olor metálico a sangre corrupta desplazándose muda
atravesando tus venas y arterias,
tus labios.
El Imperio del CO2 es quizás la obra más madura, más pasional, entendida como crítica social, de la que Lucas ha publicado hasta el momento, donde está presente la conciencia de la crisis, el latir de la existencia, la violencia y la soledad de las ciudades. Un Madrid como espacio deshumanizado, que se convierte para Lucas, lo mismo que Nueva York para García Lorca, en un símbolo sobre el que el poeta proyecta sus emociones.
“El imperio del CO2”
…Hoy la ciudad se ha convertido en tu silencio
Apenas escucho tu respiración, me temo
que tendremos que volver a gritarnos
con las manos y los labios para no acabar
formando parte de tu hormigón.
Ciudad insensible,
no tendremos que respirar tu CO2 y claudicar,
alimentarnos de tus aceras y tintarnos el corazón
con el hollín de tus fachadas…
En algunos de sus poemas parece que se propone vivir y sonreír, no estar enfadado con el mundo. Por eso algún poema los encabeza con una cita o un pensamiento crítico, pero al mismo tiempo tan juguetón e inconformista que puede llegar a sacarnos una sonrisa.
Su poesía es también un elogio a lo cotidiano, a lo sencillo, a lo inadvertido, a la infancia como el poema de Buen chico.
Solo pienso en hacer todo aquello
que mamá dijo que no estaba bien
por ejemplo:
No tener paciencia,
contestar, decir palabrotas,
irme con todas las chicas que pueda
-sobre todo con las malas-
fumar porros, no dar ejemplo,
estudiar algo que no tenga futuro,
jugar al futbol con zapatos
y dejar que los desconocidos
me regalen caramelos.
Ya soy grande para que mamá me castigue,
suficiente y trágico correctivo
es hacerse mayor.
Las veces que habríamos coincidido
si nos hubiéramos conocido…
O al erotismo y al diálogo amoroso consigo mismo:
Miles de millones de litros de esperma
en pañuelos de papel
y ni un solo beso que mereciera la pena
hasta hoy.
Rosario Valcárcel escritora.
www.rosariovalcarcel.com
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