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domingo, 21 de octubre de 2018

FRASE, CUENTO Y RESEÑA: EL MUSEO ELDER Y SALSIPUEDES HERMANADOS EN FORTALECER NUESTRA MEMORIA COLECTIVA.

Querido hijo…

Respaldar causas nobles y altruistas es signo de coherencia mental y ética.

Medita.

Cuento:                              Recuerdos del fantasma de la memoria.

Aún recuerdo el nítido sonido exhalado por el personal del puerto subiendo al barco la reposición de los víveres que se habían consumido desde que saliera del puerto de la Bahía de Cádiz mientras caminaba, en el último lugar de una improvisada fila india, en compañía de mi amada esposa, Eulalia, y mis cinco hijos, Aurora, Paca, Paco, Santiago y Nicolás, por las inestables escaleras que se habían extendido entre el muro de atraque del puerto de Las Palmas de Gran Canaria y el barco en el cual íbamos a hacer la travesía hasta la isla de Cuba.

Aún recuerdo que medité, detenidamente, sobre la poblada cubierta del barco, mientras observaba con suma atención cómo subían un pesado cargamento de cebollas lanzaroteñas, la animada conversación mantenida entre un peninsular embarcado en el puerto de Barcelona y otro embarcado en el puerto de Cádiz sobre el nombre del barco donde me encontraba yo y mi familia. Conversación sustanciosa de la cual resalto, literalmente, lo siguiente por su nutritivo toque humorístico y por su carácter informativo:

—No, estimat amic. La Verge de… 

—¡Arsa quillo! Ya “vengo eslomao” con tantas palabras raras que no entiendo.

—Disculpes, disculpas, però la lengua materna tira molt, mucho…

—“No ni na”… Yo te entiendo, pero a ver si me entiendes tú a mí.

—Por lo menos lo intentaré. 

—Gracias “pisha”.

—Pues verá Señor Juan el nombre de este hermoso barco que pertenece a la línea naviera Pinillo, Izquierdo y Compañía tenía que haber sido “Valvanera”, con “V” la segunda y no con “B”, en honor a la virgen de Valvanera que se venera en la Rioja… Pero acérquese, sí, sí, acérquese, que tengo que decirle algo más sobre este tema, pues temo que si algún miembro de la tripulación me escucha me devolverán a suelo isleño.

—¿Y qué es “pisha”?

—Pues simplemente que cuentan las malas lenguas que ese error en cambiar la “V” por “B” en el nombre se debe a la intencionada maña del ingeniero jefe del astillero que era hijo de un pastor protestante y que lo hizo porque sencillamente odiaba a los católicos.

—¡Ojú que malaje! Y que mal fario para la travesía…

Reconozco que en ese momento en el que el andaluz se expresaba no entendí nada de nada su jerga y menos el idioma del catalán y eso que yo había tenido la suerte de conocer a un viejo masón, Don Julio González, hombre de recto proceder y buen amigo de la familia, que se había afincado en la Villa de Moya, perla del Atlántico que me vio nacer, que se emperró en enseñarme a leer y a escribir, además de ilustrarme como un hombre culto siempre que las tareas del campo me lo permitían, nada más y nada menos que por mero altruismo.

Altruismo… Que palabra más hermosa y que hermoso gesto por la humanidad si hubiese sido bandera de quienes nos gobernaban por aquellas dificultosas épocas preñadas de terratenientes, hombres sin ningún tipo de escrúpulos, que se aprovecharon de la necesidad de muchas jóvenes mujeres para obtener favores sexuales; de la necesidad de muchos hombres para reventarlos en el campo, junto a sus mujeres e hijos, y que cuando ya no les servían para nada los largaban a la calle a pasar miseria.

Sí, miseria…

Desdicha que solamente tenía varios tipos de solución: La primera morirse dentro de la casa, poco a poco, lentamente, minuto a minuto, hora a hora y día a día, de hambre y enfermedades varias. La segunda dedicarse a mendigar por las terrosas calles de la ciudad y el campo. La tercera vivir de la caridad de aquellas mismas familias que los habían condenado a pasar necesidad y que poseyéndolo todo, en vez de construir una sociedad más justa, los muy hijos de su madre, se dedicaban a lavar su conciencia con sustanciosos donativos a la Santa Madre Iglesia. Una iglesia que predicaba estar con los más necesitados; pero que llenaba, en sus más altas instancias y escalafones, sus arcas con purpúreas palabras bordadas de falsa santidad. Y la cuarta la de emigrar a otro país, que no por alejarse de las demás dejaba de ser menos lacerante, en este caso siempre sudamericano. Partes del mundo donde también había el mismo tipo y grado de necesidad que en Gran Canaria, Tenerife y La Palma; pero al que los canarios iban en busca de su particular “Dorado”: Salir de la miseria, amasar cuánto dinero pudieran y volverse a su tierra como ricos indianos vestidos del blanco de la inocencia.

Y de ese último grupo fui yo, siguiendo el consejo de Don Julio, y contra la voluntad de mis padres Juan y Paquita y suegros Juan y Victoria.

Aún recuerdo también, ataviado de mucha agudeza olfativa, que el olor de aquella carga de cebollas lanzaroteñas que impregnaba ciertos lugares del barco: Tercera y emigrante, no así en los camarotes de primera, segunda y cubierta. Barco, o mejor expresado: Vapor mixto, concebido para transportar mercancías y personas. Hasta un número de mil doscientos dicen que era capaz de llevar; pero para mí que en este viaje se colaron más de los que debían, como en anteriores travesías, según escuche decir al catalán y al andaluz en otra de sus amenas, entretenidas y graciosas charlas cuando dejábamos atrás el puerto de la isla de La Palma y poníamos rumbo a las islas caribeñas. Conversación de la cual les cuento lo siguiente por su carácter nuevamente informativo porque si me centro en otros aspectos de ella, si son canarios e inmigrantes como lo fui yo, a lo mejor se agarran un rebote de mil pares de palabras mal sonantes; pues éstos nos tildaban de: “Gente baja y analfabeta”, como mínimo.

—Que sí, Señor Juan, que me he enterado que hace dos meses, en verano, el buque en el que viajamos fue sobrecargado de pasajeros... Al que le escuché decir esto afirmó que serían unos mil seiscientos por lo menos. Quina bogeira! Quina barbaritat! Perdón… ¡Qué locura! ¡Qué barbaridad! Si el barco solo admite mil doscientos…  

—¡Arsa quillo!

—Y lo peor de todo no es eso. El pitjor… Perdón. Lo peor de todo es que este hacinamiento, pues hasta en cubierta estaban apretados, hizo que se desatara una epidemia de gripe que mató a varios pasajeros que automáticamente, certificada su defunción, fueron tirados por la borda...

—¡Ojú que malaje!

—Y escuché decir también que el capitán y el médico, al arribar a Cádiz, fueron fulminantemente destituidos en favor de un joven capitán Don Ramón, sí, Ramón Martín Cordero y un nuevo médico del cual no me enteré su nombre…

—Mira “pisha” esto me trae mal fario. Máxime cuando el barco va un poco escorado y más cargado de inmigrantes que de gente de bien…

Aún recuerdo la serena travesía, la mala comida para los de mi clase, las quejas de los más necesitados, las esperanzas de los más positivistas y hasta los niños correteando entre gente que basculaba su salud entre bocanadas de mareos y vómitos. ¡Ay, mi Eulalia! Mi querida y amada Eulalia. Cuanto sufrió la pobre y cuanto le ayudaron sus hijas a soportar tamaña travesía.

Así un día y otro día hasta llegar a Santiago de Cuba donde aproximadamente unas setecientas personas desembarcaron con diferentes intenciones: Unos porque su billete les obligaba a ello: Serían de esta clase setenta y cuatro no más. Otros simplemente para estirar sus agarrotadas piernas, emborracharse o irse de putas: De los primeros fui yo. Y los más para visitar a la afamada Virgen de la caridad del Cobre: De estas fueron mi mujer e hijos e hijas.

Yo les dije, al separarnos donde estaba la virgen, que si nos perdíamos nos encontraríamos dentro del barco y nos separamos porque yo fui a tratar de trabajo con un capataz que me recomendaron; pero al no encontrarse éste en los alrededores del lugar donde tenía su casa la Virgen de la caridad del Cobre decidí seguir su limpio rastro hasta el mismísimo puerto pensando que mi familia cuando terminasen sus oraciones y no me encontrasen volverían al barco como así habíamos quedado y cual no fue mi sorpresa, cuando ya había desatracado el barco, el no encontrarlos dentro de él. Solamente encontrando consuelo en el resto del pasaje, canarios, emigrantes y desheredados del cruel mundo, como yo, que viajaban conmigo en aquella caldera del barco.

Aún recuerdo: Como comenzó a agitarse el mar y el viento a soplar con ánimo de conseguir que naufragásemos…. Como nos negaron puerto en La Habana argumentando que era mejor capear el temporal en mar abierto... Como nos espetaron a la cara, a gritos, la orden de abandonar la cubierta y volver a los aposentos a todos aquellos pasajeros que no habíamos atendido, a primera instancia, la orden dada por megafonía... Como nos cerraron la puerta de entrada a nuestros aposentos según nos dijeron: “Para evitar que las personas que sufriesen ataques de pánico no pudieran subir a cubierta y en su estado de ánimo cayesen por la borda”... Como pasaba el tiempo entre llantos, lamentos, silencios angustiosos y rezos mecidos por los violentos vaivenes del barco. Hasta que de pronto se apagaron las luces y todo quedó a oscuras.

No crean, no, que tardo mucho en que la histeria colectiva explotara dentro de aquella caldera pensada para albergar a personas de clase humilde y lo que parecía mal fue a peor; pues unos y otros nos dimos de frente con la cruda realidad. Realidad que se certificó cuando el barco embarrancó y se escoró del todo y a partir de ese momento: La locura.

Yo me acurruqué en mi cama y di gracias a la Virgen de la caridad del Cobre por hacer que mi familia no embarcase y créanme que hasta me reí, reí y reí hasta llorar de alegría.

Aún hoy subo a cubierta, margullando por el mar del tiempo, y oteo el horizonte mascullando la agónica esperanza de que alguien nos venga a dar una cristiana sepultura y nada… Todo lo más que he observado es cómo se han acercado, hasta el cada vez más desaparecido navío, un grupo de hombres vestidos con unas extrañas ropas, botellas y tubos que les permiten respirar debajo del agua y no me acerco a ellos porque me dan miedo. Hombres a los cuales vi llevarse aquella maldita “B” que nos condenó, junto con un ojo de buey; para no sé qué lugar del mundo. Quizás para mi querida Gran Canaria o quizás para alguna de sus dos islas hermanas: La Palma y Tenerife. Con la intención de ponerlos junto al ancla que perdimos en el puerto de La Palma.

Reseña:

Este pasado 17 de octubre de 2018 se emitió en el Museo Elder de la ciencia y la tecnología un documental que se titula: “Trasla estela del Valbanera”. Documento audiovisual que trata el tema de la emigración canaria a Cuba en 1919. Documento explícito del cual no les desvelaré nada en absoluto; pero al que si aliento a ir a ver. Ya que el Museo Elder y Salsipuedes se han comprometido a emitirlo una vez al mes hasta que se cumpla el centenario del hundimiento de este barco.


Como familiar de víctima de una tragedia de proporciones brutales les aliento a que lo mediten y a que mediten el valor que tiene un soplo de vida.


Felicitar a todos aquellos que se han comprometido con este justo rescate histórico: En especial a Salsipuedes, José Gilberto Moreno García Director del Elder y Salsipuedes, Julio González Padrón escritor, Juan Miguel Sánchez de Armas escritor, Federico José Pérez Martín Director del documental, Mario Luis López Isla escritor, Eduardo Vera buzo que rescató varios objetos del hundimiento, etc.



Alejandro Dieppa León.
Por una sociedad mejor,
por un mundo más justo.
Frase y cuento de mi serie: Meditando en un templo Shaolín.

Fotomontaje de mi álbum personal.

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