Querido
hijo…
¿Es necesario para cambiar el paradigma de esta sociedad
la muerte de miles o millones de seres humanos en el
mundo?
Medita…
Medito…
Meditemos
hoy más que otras veces.
Cuento:
Cambio de paradigma.
Érase
una vez una isla. Una isla tan olvidada por el resto de los mandatarios de su
amado país los cuales solo se acordaban de ella en tiempo de elecciones. Isla al
mismo tiempo tan querida fuera de las fronteras de este variopinto país por los
miles de visitantes que, como fieles turistas, año tras año y temporada tras
temporada, disfrutaban de las extensas playas de rubia arena que, como amantes
perfectas, se dejaban acariciar por su eterno amante, el mar, siempre bajo un
clima de suaves tonalidades y agradables temperaturas durante todo el año.
Turistas
que también degustaban la variada gastronomía de los múltiples restaurantes,
tascas, bares y “bochinches” desperdigados por la extensa orografía del
terreno: unos dentro de la cosmopolita capital isleña, otros de los dentro de
los distintos núcleos poblacionales y el resto escondidos por los profundos
barrancos para darle al turista, aparte de buena comida autóctona, una aventura
por sus carreteras o senderos hasta darles el saludo de bienvenida en su lengua
autóctona. Saludo resumido en un cálido: “Sansofí” en unas partes y en otras
“Sansofé". Todo lo anteriormente aderezado por un pueblo isleño humilde,
pacífico y educado con aquel visitante de su amado terruño, pero no por ello un
pueblo inculto, inteligente y combativo, último rasgo, siempre que la ocasión
lo requería; pero a modo de resistencia pasiva. Variopinta idiosincrasia que
acuñaba en la mente de todo aquel turista que pisaba su isla la idea, de que
más que unas vacaciones, los pocos o muchos días pasados dentro de esta isla lo
percibían como haber estado en el mismo paraíso.
Todo
marchaba bien dentro de aquella porción del Jardín de las Hespérides hasta que
un día saltó a la prensa mundial, gracias a un médico fallecido poco después en
circunstancias poco claras, la noticia de que un virus letal y de fácil
contagio y expansión iba a salir rebotado de sus fronteras, más temprano que
tarde, aunque ya hubieran tomado medidas para contenerlo. Un llamamiento
tomado, muy en serio, por un funcionario del Cabildo que era técnico en
prevención. El cual ni corto ni perezoso se puso en contacto con el máximo
responsable de la institución a la que pertenecía y le dio el siguiente
consejo.
―Mire
Don Julián tengo un documentado y detallado informe que me lleva a pensar que
este virus es como el COVID-19 que asoló al mundo hace ya 30 años. Yo si fuera
usted convocaría una reunión, de extrema urgencia, a los más cualificados de
nuestro sector: médico y médico epidemiológico de nuestros dos hospitales,
además de a los más cualificados prevencionistas en riesgos biológicos, a los
mandos de las diferentes policías, ejercito, bomberos y protección civil, sin
olvidar a los representantes de sectores como la banca, empresariales,
sindicales, autónomo y prensa. Así se lo he puesto por escrito en mi informe,
conjuntamente con las medidas que debemos tomar para proteger a la población y
no paralizar nuestra actividad económica. Para que no nos pase lo de la
pandemia del 2020 donde murieron más de cinco millones de personas en todo el
mundo.
―
Tú estás loco. ¿Cómo coño voy a hacer lo que me aconsejas en este informe? ¿Tú
estás en tu sano juicio? ―Resopló el presidente después de leer lo que
planteaba aquel joven de probada rectitud moral y ética profesional
detenidamente.
La
conversación entre prevencionista y presidente se tornó acalorada, subida de
tono, muy subida de tono; pero los argumentos y las ideas expuestas por, Pedro,
su subordinado, le tocaron la conciencia y la neurona de la sensatez a su jefe.
Al
finalizar la charla, ni corto ni perezoso, llamó a Marcela, su secretaria, y le
dio orden para organizar, de urgencia, la reunión demandada por Pedro.
Al
día siguiente, a las 7 de la mañana entraron en el salón de conferencias del cabildo
todos los convocados, sí todos, que advertidos de que iba el tema portaban
dentro de sus lujosas carteras los más adinerados y los menos en fundas de
plástico múltiples dosieres con sus diferentes pros y contras preparados para
defender sus posturas. Mucho fue lo que se exhaló en aquella reunión: que si
las medidas a tomar estaban fuera de lugar, que lo pretendido era una
insensatez, pues se propagaría por el resto del país un infundido e innecesario
estado de alarma, etc., pero contrariamente a lo esperado se aceptó lo
propuesto por el prevencionista y el bien común superó, por primera vez en la
humanidad, los intereses de una minoría o de uno solo.
Al
día siguiente los empleados del personal del cabildo se pusieron en contacto
con varias empresas que fabricaban y distribuían EPIS
para trabajar en lugares con riesgos biológicos dentro del país, subrayando en
el tema de la protección facial máscaras en vez de mascarillas, y encargó lo
necesario para el personal sanitario, policial, personal de bomberos y de
protección civil, el ejército también se reabasteció de lo necesario conforme a
sus protocolos, y para el resto de la población hombres, mujeres y niños,
encargó Snorkels de buceo, sí de buceo, adaptados en su base superior para
distintos filtros biológicos.
A
los veinte días ya estaba todo el material dentro de la isla preparado para ser
distribuido al mismo tiempo que salía en la prensa local, nacional y mundial
que el virus volvía a ser una mutación del COVID-19 y que ya se había detectado
varios casos en algunas partes del país, HACIENDO CALLAR, pero no PEDIR
DISCULPAS por las infinitas burlas y difamaciones por la red, a pie de calle o
en los despachos más influyentes de aquella Monarquía Parlamentaria, a los
representantes de aquella reunión en el salón del cabildo y en especial a Pedro
el prevencionista.
Ya
repartido todos los EPIS, más la gran reserva
dejada para reabastecimiento durante tres años, y bajo un mandato del cabildo
se ordenó a toda la población llevar las máscaras y guantes desechables cada
vez que salían a la calle a cualquier actividad ya fuera laboral o recreativa,
además de seguir las normas previstas para estos casos según los protocolos
establecidos por las autoridades sanitarias y lo establecido en la Ley de
prevención de riesgos en su real decreto 664/1997, de 12 de mayo, sobre la
protección de los trabajadores contra los riesgos relacionados con la
exposición a agentes biológicos durante el trabajo. Dejando bien claro que
quien no siguiera al rajatabla las normas e incumpliera dentro y fuera de los
lugares de trabajo, comunidades de vecinos incluidas y demás espacios comunes,
las normas dictadas serían multados y confinados durante 100 días en unos
edificios preparados para este fin.
Las
burlas aumentaron sobre aquella población llegando a acuñarse el mote de la ciudad
de Snorkilandia,
más esto no inmuto ni hizo sentir mal a los miles de habitantes que preparados
para esta posible o no posible nueva pandemia habían aceptado de buen agrado lo
recomendado: en infinitas charlas por radio, televisión autonómica y presenciales
en todos los centros de trabajo y comunidades.
Pasó
el tiempo y la pandemia obligó a cerrar fronteras menos la de esta isla la cual
al no haber dado ningún caso positivo pudo mantener abiertas sus límites aéreos
y marítimos, con vuelos mínimos, siguiendo el estricto protocolo de que todo
aquel que entrara y saliera de su espacio territorial tendría que someterse al
control con un test aparte de estar
confinado en cuarentena en una serie de edificios habilitados para este fin y
después de superarla se tendrían que someter a los mismos protocolos dictados
para el resto de la población.
La
carga viral extendida por el resto del mundo volvió a sumir a la población
mundial en el caos y la histeria vivida en el 2020 y años sucesivos, queriendo
los que antes se burlaban de las medidas tomadas en dicha isla residir y
beneficiarse de lo que un grupo de gente sensata y organizada había
planificado, con antelación, para el bien común, para su pueblo.
La
nueva mutación más virulenta que la del 2020 en dos años duplicó el número de
fallecidos en el mundo y de cinco millones pasó a cuarenta millones de muertos;
pero el ejemplo seguido en aquella isla olvidada para las autoridades de su
país y solamente recordada para las convocatorias electorales fue seguido en el
resto del mundo por muchos pueblos y el tercer año, a modo de milagro, se dio
con la vacuna.
Aquella
isla conocida en el resto del mundo por su ejemplar comportamiento pasó a ser mentada
no por su auténtico nombre de pila sino por el de Snorkilandia. Una isla donde
la sensatez y el sacrificio institucional, empresarial y ciudadano pudo dar
aire limpio a los verdaderos héroes de esta guerra biológica.
Médicos.
Enfermeros
Policías.
Personal
de limpieza de hospitales, vías públicas, comunidades y empresas.
Personal
de supermercados y tiendas.
Personal
de seguridad.
Personal
de Cáritas, otras ONG, etc.
Y
ciudadanos que cumplen con lo establecido para el bien común.
Alejandro Dieppa León.
Por una sociedad mejor,
por un mundo más justo.
Frase y cuento de mi serie: Meditando en un templo Shaolín.
Fotomontaje
de mi álbum personal.
Derechos
de propiedad intelectual reservados y del autor Alejandro Dieppa León, España,
Islas Canarias, Gran Canaria.
Excelente cuento. Toda una recreación histórica. Aleccionadora y preventiva.
ResponderEliminarMuy buen relato de una realidad pandémica, que por su reflexión su interés acrecienta el ánimo y la esperanza de que no ocurra jamás. Enhorabuena.
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