QUERIDO
HIJO...
LA PACIENCIA ES LA EXPRESIÓN ARTÍSTICA
DE LOS INTELIGENTES.
MEDITA,
CON PACIENCIA, CADA MOVIMIENTO ESTÁTICO CON EL QUE TE MUEVAS POR EL MUNDANO
ESTADIO DE LAS PASIONES PORQUE ESTA ELECCIÓN: NO RESTA... SINO SUMA A TU FAVOR...
MEDITO
LA MÍA...
MEDITEMOS
LA QUE CONTINUAMENTE BOMBARDEAN A GOLPE DE DECRETOS E IMPOSICIONES INJUSTAS
PARA LOS MÁS NECESITADOS...
CUENTO
EL PESCADOR Y LA PACIENCIA
Juan
al que todos en la isla apodaban, “El Cansado”: por su lento caminar, por su
mirada serena y por su hablar pausado, era un gran aficionado a la pesca.
Herencia que recibiera de su padre, apodado “C´acerrín” y éste alto y robusto
carpintero, que tuvo la suerte de casarse con María, la hija del guagüero del
barrio, de su progenitor, apodado “Mastro Anzuelo”. Un herrero que, entre
otras, en su vieja fragua, se fabricaba unos anzuelos con una aleación especial,
que nunca descubrió a nadie, tan solo por cabezonería, a los que clavaba
trocitos de gambas que había macerado con un mejunje secreto, días antes, en un
cacharro de la misma aleación que la del anzuelo; y con los que sacaba, cada
vez que iba de pesca, unos hermosos peces de tamaño insólito. Todo lo contrario
a su nieto, ya que “El Cansado” cada vez que lanzaba el anzuelo, con su mimado cebo,
solamente lograba sacaba del mar frustración y algún que otro pescado distraído
de minúsculas dimensiones y mira que había cambiado muchas veces de zona y de
cebo; pero nada, siempre más de lo mismo, por eso cada vez que daba por
concluido su tiempo dedicado a su afición se preparaba, mentalmente, para su
regreso a casa: Él sabía el motivo.
—¿Mucha
pesca hoy, Juan? —la sonrisa burlona de Pedro “El Taita”, el joven pescadero de
la calle San Urbano donde vivía “El Cansado”, nieto de Tomás “El Jorobado”, al
que se negaba a comprarle pescado congelado, subrayaba la mofa con sutil acento
cada vez que veía venir a su vecino de regreso de su jornada de pesca.
—¡No
se dejan, Pedro! —su mirada esquiva denotaba su fracaso diario, pero no arañaba
su determinación; porque a ésta la bruñía con mucha paciencia. —No se dejan —añadió pensando en que algún día
la rueda de la fortuna le sonreiría.
Pero
un martes por la mañana, en su taller de reparaciones eléctricas, que antes
había sido la carpintería de su padre y antes de carpintería la fragua de su
abuelo, mientras buscaba la avería en una vieja lavadora con su veterano polímetro
tuvo la mala suerte de que éste se le callera al suelo y se le rompiese...
—¡Valla
hombre! —no aderezó su lamento con astillas mal sonantes; pues él sabía que si
perdía los nervios la avería que buscaba se perdería ante la bruma que éstos
crearían ante sus ojos. Por eso, revestido de paciencia, su armadura diaria
ante la adversidad, comenzó por todo el taller la búsqueda de otro polímetro y
buscando, buscando, encontró un viejo cajón de madera la cual no sabía si
perteneció: a su padre o a su abuelo. Lo sacó de donde permanecía escondido,
cogió un destornillador, con él forzó la cerradura, y cual no fue su sorpresa
cuando al abrirlo se topó de frente con el afamado cacharro de su abuelo lleno
de anzuelos y junto a éstos una vieja libreta negra, envuelta en un pañuelo de
algodón, que guardaba, únicamente, el secreto del viejo mejunje con el que
“Mastro Anzuelo” maceraba las gambas que utilizaba como cebo.
—¡Ahora
sí! —fue lo único que exhaló.
Llegado
el sábado “El Cansado” bajó calle abajo en dirección a su lugar de pesca, a eso
de las siete de la mañana, justo en el momento en el que Pedro abría la
pescadería.
—¡Adiós,
Juan! Espero se te dé el día hoy bien —la sonrisa burlona de Pedro “El Taita”,
volvió a subrayar la mofa con sutil acento; pero está vez, como las otras anteriores,
no acertó en la diana donde se pretendía que se clavase.
—¡Así
lo espero! —se despidió sabiendo que tenía un as en la manga.
Llegado
a su habitual lugar de pesca “El Cansado” extendió sus cosas por la acera y lo
preparó todo para lanzar lo más lejos posible uno de los anzuelos de su abuelo con
el cebo preparado con su receta.
—Va
por ti “Mastro Anzuelo” —irradió en el mar un haz de esperanza y éste le
respondió al cabo de unos minutos con un fuerte golpe de su caña—. ¡La madre
que me parió! Como tira este condenado —Tiraba de la caña y recogía hilo
rápidamente con el carrete. Así una y otra vez, durante más de cinco minutos,
hasta que ante él apareció una dorada de más de cuarenta quilos de peso. Un
astuto pescado que se había estado burlando de él desde el primer día que
cogiera una caña en sus manos.
La
felicidad alcanzada por aquella captura fue el pago a tanto tiempo de espera y
resignación, por eso “El Cansado” se arropó con ella y envuelto en su aroma,
recogió sus cosas y su pesca, premio merecidísimo por su paciencia.
—¡Bueno,
vamos “p´a ya”! —no pudo evitar, era lógico, irradiar un resoplido de
satisfacción mientras recogía—. Va por ti “Mastro Anzuelo” —agarró la pesada
dorada por las agallas, la levantó del suelo y emprendió el regreso a casa.
—¡Ya
viene ese fracasado! —Pedro “El Taita” se acercó a la puerta para ver acercarse
a Juan “El Cansado”, pero al distinguir lo que éste sostenía en su mano derecha
se quedó petrificado.
—¡Hola
Pedro! —esta vez la sonrisa fue esbozada por el pescador.
—“Joder”,
Juan si no te conociera diría que en vez de ir a pescar te fuiste a la plaza a
comprar esta hermosa dorada —no pudo evitar su naturaleza. A lo que su
interlocutor le contestó:
—¡Hijo,
eso es lo que deberías hacer Tú! Pero para comprar pescado fresco y no
congelado... ¡Con Dios! —se despidió lleno de serenidad y seguido siguió su
camino macerando su ganancia.
Y
a partir de entonces, cada vez que iba de pesca, solía volver con dos o
tres piezas de las cuales regalaba alguna al pescadero que con el tiempo fue su
mayor defensor.
(Frase
y cuento de mi serie MEDITANDO EN UN TEMPLO SHAOLIN)
Foto de mi álbum personal. Isla de Gran Canaria...
Foto de mi álbum personal. Isla de Gran Canaria...
Alejandro Dieppa León.
Por un mundo mejor,
por una sociedad más justa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario