Las líneas del tiempo, distintas en trazo e intensidad para cada uno de los mortales que pisamos este planeta: caprichosas, juguetonas, coquetas en sus ribetes esta vez, al igual que el viento en sus ondulaciones invisibles, hilvanaron con tersas fluctuaciones del entorno las condiciones propicias para que Yo girase mi cabeza, casi en un fogonazo de tiempo, hacia la derecha, justo cuando rozaba mi coche la cálida esencia de esa soleada atmósfera creada sobre una de nuestras playas de la isla de Gran Canaria, detalle de la vida del cual no podía disfrutar por prisas, fragmento del entorno que dejó impregnado en mi visión un cielo ataviado de un vitalista tono azulado, matizado: en la lejanía con el planear sereno de grisáceos nubarrones y en lo más cercano con el vuelo de una cometa.
Atraído por aquella fotografía viviente pacté con la agobiadora prisa un tiempo de distensión espiritual, un compas de tranquilidad para visionar mejor aquella relajada estampa, su atractiva calidez, todo mientras buscaba un aparcamiento seguro para mi vehículo.
Una vez encontrado el deseado espacio, confieso que me costó un poco, pero las maniobras en la vía pública se tienen que hacer conforme a lo establecido, ¿no Lo creen así?, me bajé de mi corcel metálico, activé la cámara de fotos de mi móvil, un N70 de Nokia, compañero inseparable de experiencias visuales, y busqué sobre el terreno un paso seguro hasta la arena mientras impregnaba mi ser con todos y cada uno de los detalles matizados a mi llegada:
Unos windsurfistas, a mi izquierda, que como tritones del Océano Atlantico esperaban la mejor ola basculando las ondulaciones del mar en sus tablas... Los cuales, sin pretenderlo, me hicieron recordar, la risa de mi hijo Aridane cuando juega conmigo a la orilla del mar y hasta su voz recitando aquel poema que escribí para niños que dice así:
El windsurfing es un deporte.
Un deporte muy divertido.
Lo practican en la playa de Las Canteras
mi primo y sus amigos.
Con una vela y una tabla
se meten en el mar
y cabalgan sobre este altar
con destreza singular.
Saltan sobre las olas...
Se estrellan contra el mar...
¡Qué deporte tan divertido
yo lo quiero practicar!
Mis padres me dicen:
“Que si quiero el windsurfing practicar
antes tengo que ir a la piscina
para aprender a nadar”.
Un yacimiento arqueológico, a mi derecha... Núcleo de población familiar de unos seres humanos que pisaron aquella playa, muchos siglos antes de nuestro nacimiento, de nuestra llegada, para simplemente jugar con la arena, cuando fueron niños... como nosotros, para reír entre los pliegues formados por las espumosas olas, cuando fueron jóvenes... como nosotros y para buscar el sustento diario entre las rocas, cuando fueron adultos... como nosotros. Adoptando las distintas formas parentales: Padre e hijo, hermano, primo... Individuos cuyo eco mancillado y profanado por la desidia de quien no sabe respetar nuestro patrimonio y hasta nuestra dignidad que pide justicia en los arrecifes de la indiferencia institucional.
¡Ah! y una pareja de novios charlando, también a mi derecha, que me trajo el recuerdo de los salados besos dados a Atteneri mientras nos revolcábamos en la arenosa soledad de otras playas de rubia arena, lejanas... muy lejanas de mi centro de atención, el vuelo de aquella cometa manipulada por dos jóvenes ingleses, por dos visitantes de nuestra isla, a los cuales finalmente me dirigí tras haber ganado una escalera que me condujo a la fina arena.
"Good morning! Could get some pictures of the comet?” Pregunté tratando de recordar las palabras exactas del idioma aprendido en mis tiempos de estudiante.
“Sorry, I do not understand!“ Me contestó el que manejaba los hilos de la cometa, mientras el otro corría hacia ella; pues ésta había caído sobre la arena para escuchar más de cerca la conversación mantenida entre nosotros, para ver más de cerca quién era aquel intruso que se atrevía a profanar sus giros acrobáticos y su planear sereno...
Con señas completé lo que no había sabido expresar con palabras y estos amables seres me dieron su permiso para hacer cuantas fotos quisiera, también por señas. Lenguaje de las manos y el cuerpo utilizado cuando la palabra viva no es comprendida en su totalidad en esta aún torre de Babel.
Pero tan sólo hice dos fotos... ¿Por qué? No lo sé...
Una vez tirada la última en la distancia me senté sobre la arena, me recosté sobre ella, puse mis manos bajo mi nuca, para acomodarme mejor al entorno, como hacía de niño, y me deje llevar por el caprichoso vuelo de aquella superficie de tela que me hipnotizaba con sus convulsos movimientos aéreos...
Cuando de pronto, después de un fogonazo instantáneo, me vi volando...
Asustado por tal experiencia traté de tocarme para comprobar el grado de realidad de aquel acontecimiento; pero no pude... Busqué mis pies, brazos y cuerpo con la vista; pero no los encontré...
“¿Qué pasa?” Grité muerto de miedo. Momento el cual observé a los windsurfistas señalar con gestos un punto en el cielo, lo mismo hacían la pareja de novios...
“¿Por qué me señalan a mí?” Les pregunté; pero no me respondieron, o lo que es peor no me escucharon y seguidamente comencé a sentir los tirones de quien manejaba los hilos de la cometa de mi vida, de nuestras vidas, de sus vidas, ¿les suena de algo esto?, primero a la izquierda y después a la derecha, variantes ajadas de esta realidad social, con fuerza, sin piedad, imponiendo, siempre imponiendo sin pedir opinión...
Instante en el que sentí la necesidad de liberarme de aquellos hilos que me ataban a la tierra, para sentirme libre, para volar libre, porque nunca he sido ni seré vasallo de nadie; pues libre nací... y en uno de los convulsos giros dados lo conseguí.
Momento en el cual los invisibles alisios me acunaron en su regazo, me protegieron del céfiro, del noto, del bóreas y me condujeron hasta la cumbre, hasta el Bentaiga, bastión de la resistencia canaria ante todo aquel que trata de imponernos su fuero, su forma de ser, sin consenso previo.
Lugar en el que trate de reencarnarme nuevamente en quien era; pero confieso que no pude; pues la experiencia vivida me ataba a otra realidad que me asustaba, que no comprendía, y de la cual no podía liberarme.
Por eso... y solamente por eso me abandoné al abismo, acepté lo inevitable, aunque en vez de caer y destrozarme contra las aristas de las rocas, en esta caída gané una nueva corriente de aire ascendente con la cual conecté, a la cual me uní por convencimiento, que me elevó en las alturas. Lugar desde el que observé como dejaba tras de mí a mis seres queridos paseando serenos mi ausencia, ignorándola, medité a todos y cada uno de los seres humanos con los que había compartido experiencias positivas y hasta perdoné a los que me habían traicionado o tratado mal, para no vagar en las turbulencias del odio y el rencor y desde este altar cada vez más elevado vi a mi archipiélago, las siete rosas del jardín de Hércules, bregando en su terrero por la supervivencia de su mundo caótico, en crisis, más que de medios, de valores morales, éticos y me sentí mal... Por eso me elevé aún más y contemplé como los continentes se iban separando unos de otros, menos en el Mediterráneo, por esas brechas ocultas por los abismos marinos, por esas brechas ocultas en nuestras conciencias. y comprendí que aunque se separaban estos estaban condenados a encontrarse en otro punto; pues todo y todos formamos parte de un solo mundo: la tierra... Momento elegido por el éxtasis para devolver mi espíritu a mi ser de carne y hueso, a mi mortaja terrenal de la cual me vestí y ¿volví a ser quien era?
No, porque nadie que trasciende vuelve a ser el mismo, nadie que pasa en su vida una experiencia al borde del precipicio vuelve a ser el mismo...
Tal vez hoy sea yo, más yo que nunca gracias al ver volar de aquella cometa.
De corazón espero encuentren la suya.
Alejandro Dieppa León.
Sugerencia: Lean este escrito con la pieza musical de este blog.
Fotografía y vídeo de mi álbum personal.
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