jueves, 7 de enero de 2010

NOTAS DE BELENES.

En este pasado periodo navideño, como todos los años, he vivido experiencias positivas junto a mis seres queridos y con otros congéneres hermanados en el sentido positivo de la vida, tibios reflejos de felicidad, afirmo, y también he vivido experiencias negativas, ¡cómo no!, o no tan gratas, negros nubarrones de malos presagios en el pulso constante de la locura terrenal...


¡La vida es así!

¿No?

Experiencias de la cotidianidad que uno quisiera armonizar en el cuenco de la serenidad de espiritu, pero todos sabemos que esto es imposible; pues no depende solamente de nosotros, y es por esto último que los más sensatos ofrendamos nuestras emociones ancestrales en el altar de la resignación, antídoto sin el cual muchos caeríamos en el caos, en la apatía, en la desidia o en la incontrolable locura...

Pero de todas las experiencias vividas en este periodo que, para mí, acaba con el tan esperado día de reyes me quedo, a parte de la de ver como mi hijo abre sus regalos, con la de pasear la isla visitando los belenes montados para estas fechas: Como lo fue el de Arucas, el de Moya, el de la plaza San Telmo en la capital, Las Palmas, y muchos otros más...

Maquetas en miniatura de mundos imaginados representados: por extensos campos, casas típicas albeadas con cal y figuras de barro vestidas al detalle las cuales escenifican ciertos cuadros típicos de estas fechas: El portal donde naciera Jesús, la anunciación a los pastores, la llegada de los reyes magos, la muerte de los niños inocentes, la guardia del palacio de Poncio Pilato y otros tantos que se pueden añadir.

Y reconozco que de todos ellos, de todos los visionados recorridos a lo largo, existe uno en especial en la ciudad de San Juan de Dios que, aunque repita mil veces su visita, sigue transmitiéndome algo especial: El verdadero espíritu cristiano, la verdadera esencia de la navidad, esa perdida en la andadura de los siglos.

Pero sepan ustedes que en este belén no hay burrita, ni niño Jesús, ni pastores, ni ovejas, ni cabras, ni romanos... Ya, ya... sé que alguno estará diciendo: “Pues entonces no es un belén”. Tal vez tengan razón, no lo sé, pues si somos ortodoxos en los planteamientos la evidencia manda... Pero valoren ustedes lo siguiente:

En este pequeñito tramo de ciudad, entorno donde trabajan los hermanos de San Juan de Dios, el portal donde el niño nacido de María sonríe su esperanza al viejo mundo se ha cambiado por unas escalinatas, peldaños de nuestros pecados, donde Jesús que yace muerto por nosotros...

En este pequeñito tramo de fraternidad el esfuerzo de un pastor que saca agua del pozo se ha cambiado por el esfuerzo de un hermano de San Juan de Dios portando sobre sus espaldas, o en sus brazos, un enfermo...


En este pequeñito tramo de solidaridad la paciencia de un pastor que cuida de su ganado se ha cambiado por la de un hermano de San Juan de Dios amparando a los niños, cuidando a un recién nacido, arropando a una mujer desnuda que va a ser lapidada por querer la misma libertad que el hombre...

No sé que les ha parecido mi particular interpretación, y permítanme que insista, de este belén, pero creo que aunque se salga de la ortodoxa norma escénica para mí si cumple varias premisas primordiales como son: la de recordarnos que la navidad es hermanamiento, que en el día a día tiene que predominar la solidaridad y no el egoismo mercantilista o individual, que la fe en la esperanza no es una quimera y que aunque todo parezca perdído no lo está.

Desde estas líneas mi sincero reconocimiento a estos hombres con letras mayúsculas que entregan sus vidas por el prógimo.

Esperiencia de vida que a nuestros políticos tendría que hacerles reflexionar, pues la ética de éstos brilla por su ausencia, la solidaridad de estos "representantes del pueblo" se vende en los mercados de la desidia cual ramera: por dinero, por posición, por ego...

Alejandro Dieppa León.

Fotografías del autor, Gran Canaria, 2009.

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