En un profundo bosque de un lejano país vivía una vieja bruja en una mugrienta casa construida con los rancios troncos de aquella floresta; por la cual se movía, a sus anchas, absorbiendo por los poros de su piel cuanta lóbrega y maléfica sabia desprendía aquel lugar...
Un día, como otros tantos, al despuntar el alba, esta amante de las oscuras artes salió con su gato en busca de ingredientes para sus pociones y cuando el astro rey rozó el punto más alto del azul del cielo regresó a su morada con la intención de clasificar todo lo recogido durante la mañana.
– ¡A ver que tenemos aquí, Cola Negra! Un sapo, un ratón muerto, dos serpientes, colas de lagartijas... – comentó ese día. Y una vez finalizada la concienzuda ordenación de lo recolectado, después de una opípara comida, se durmió plácidamente hasta una hora antes de la media noche.
– ¡Ven Cola Negra...! que hoy prepararemos un ungüento para llenar de granos a los niños malos estas próximas fiestas de San Juan – le dijo a su gato cuando despertó.
Con sus manos arrugadas, y llenas de verrugas, vertió un litro de agua en un caldero, añadió unas hierbas sacadas de un sucio frasco de cristal y removiendo el caldo con una vieja cuchara de madera esperó hasta que éste hirviese. Entonces puso dentro el sapo vivo que había cogido en una charca del bosque, más tres colas de lagartijas, y para rematar la faena escupió tres veces dentro del caldero.
– ¡Ji, ji, ji...! Sapo zumbón. Colas de lagartijas. Cociéndose lento prepararemos un ungüento... – dijo mientras removía el caldo con la cuchara.
La bruja, cada vez que preparaba esta mixtura tenía por costumbre llevar su caldero al río, para lavarlo concienzudamente; pero esta vez, antes de salir del agua, resbaló y fue a dar con sus posaderas sobre unas rocas... Presa del dolor producido por el duro golpe no pudo atrapar su tan preciado objeto; por lo tanto, muy a su pesar, contempló como éste se marchaba flotando río abajo.
Cuando el objeto salió de lo más profundo del bosque, siguiendo el cauce del sinuoso río sobre el que viajaba, fue localizado por un grupo de niños que estaban en una de las orillas.
– ¡Pablo, mira lo que viene flotando…!
– Vamos a cogerlo – añadió su hermano Raúl presa de su curiosidad infantil.
Los hermanos, que habitualmente solían estar en aquellos parajes buscando alimentos silvestres, se adentraron unos metros dentro del sereno cauce de agua y rescataron del río el objeto que venía flotando.
– Mira mamá lo que nos hemos encontrado – informaron los gemelos a su progenitora cuando regresaron a casa.
Yolanda recogió con resignación el lustroso caldero que le trajeran sus hijos y lo cambió por el suyo, con pena, sintiéndose mal por no poder comprar uno nuevo en el mercadillo del pueblo... y justo cuando el crepúsculo moría sobre el horizonte de su extenso penar escuchó decir:
– ¿Qué hay de comer esta noche esposa?
– Cebollas silvestres con pollo o es que no te llega el olor – contestó con rabia la cocinera, para seguidamente lamentarse en voz baja diciendo:
– ¡Ay, cansada vida! ¡Ay, cansada vida! Quisiera que este guiso durara hoy, mañana y el siguiente día.
Aquella noche la familia acabó con toda la comida preparada, pero a la mañana siguiente, cuando Yolanda iba a lavar el caldero, comprobó que en su interior había un guiso exactamente igual al engullido la noche anterior.
– Salva... ¿Preparaste comida mientras dormíamos? – Preguntó sorprendida y éste le respondió que: “No."
El hambre ahogó todas las teorías sobre el cómo aquella vianda se había cocinado dentro del caldero, que justo al tercer día dejó de reproducir el guiso.
– Ya sabía yo que esto no duraría eternamente – se quejó Yolanda –. Pablo, Raúl salid a buscar cebollas y rábanos silvestres – ordenó con firmeza, presa del desaliento, a sus hijos.
Ya de vuelta a su hogar, Salva cazó un conejo y junto con lo recolectado por los gemelos esa mañana Yolanda se puso manos a la obra para preparar un nuevo guiso.
– ¡Ay, cansada vida! ¡Ay, cansada vida! Quisiera que esta comida me durara hoy, mañana y el siguiente día – se volvió a lamentar Yolanda delante del caldero, pero justo al terminar su ruego a la mujer le vino una idea a la cabeza –. ¿Y si estuviese encantado? – se preguntó en voz baja...
Una vez terminada la opípara cena todos los habitantes de la casa viajaron al mundo de los sueños, menos Yolanda... pues ésta, desde su cama, no dejaba de vigilar el objeto traído a casa por los gemelos...
A eso de la media noche empezaron a suceder cosas extrañas: La primera de ellas fue que el fuego de la chimenea prendió solo y la segunda fue que el caldero empezó a soltar vapor como si se estuviese cocinando algo en su interior.
– ¡Es un caldero mágico…! ¡Es un caldero mágico…! – repitió Yolanda hasta levantar de la cama a los habitantes de su casa, que después de analizar lo sucedido, sellaron sus labios con un celoso pacto de silencio y así pasaron los meses hasta que, un soleado día, llegó al pueblo una anciana de aspecto afable que empezó a hacer preguntas indiscretas a todo aquel que se encontraba en su camino.
– Me han dicho que en este pueblo vive una familia que ha salido de la pobreza de la noche a la mañana...
– Sí, se trata de la familia de Salva: “El Fuerte”. Éste vive a las afueras del pueblo. Cerca del río – le informó el panadero.
La bruja, con su apariencia de buena persona, ni se lo pensó y emprendiendo la marcha llegó al lugar indicado. Encontrándose en éste a Pablo y Raúl jugando a la puerta de su hogar.
– Niños. ¿Están vuestros padres? – preguntó con amabilidad.
– Sí – contestó Yolanda abriendo la puerta de la entrada de su morada.
– ¡¡Buenos días!! – se saludaron ambas con cortesía.
– He perdido, hace meses, un caldero en el río heredado de mis padres. Como le tengo aprecio pagaré una buena suma a quien me lo devuelva. ¿Sabe quién lo puede tener? – dijo la recién llegada.
– No – respondió la otra escuetamente.
La bruja notó el nerviosismo de Yolanda, pero como su marido se acercaba con unos invitados a cenar se despidió rápidamente.
Cuando Salva llegó a la altura de su mujer le preguntó:
– ¿Qué quería esa anciana?
– Pues… Venía en busca del caldero mágico – respondió después de apartarlo del grupo de personas que le acompañaban.
– ¿No le habrás dicho que lo tenemos?
– No, Salva – tranquilizó Yolanda a su esposo.
Al siguiente día cuando el padre de los gemelos estaba en su trabajo y los niños estudiaban en la escuela, se presentó la anciana.
– ¿Qué quiere de nosotros, señora? – preguntó con nerviosismo Yolanda ante la inesperada visita.
– ¡Tú bien sabes lo que quiero! Tienes algo que me pertenece...
Pero después de una acalorada discusión, la bruja se marchó sin su caldero, amenazando con volver y así lo hizo; pues esa noche regresó montada en su escoba y desde el aire les dijo:
– Si no me devolvéis mi caldero rociaré este polvo sobre vuestra casa y la mala suerte os seguirá el resto de vuestra vida...
Salva y Yolanda cedieron. Pero justo cuando la bruja recogía su preciado tesoro los gemelos se acercaron rápidamente, por detrás de ella, con unas antorchas encendidas y prendieron fuego a la ropa de aquella aliada de la maldad... Lo que hizo que ésta soltase el caldero y se elevase con rapidez en el aire, agarrada fuertemente a su escoba, chillando de dolor, convirtiéndose metro a metro en una gran bola de fuego que se volatilizó delante de los allí presentes.
Aquella vivencia hizo recapacitar a los padres de Pablo y Raúl decidiendo utilizar aquel caldero mágico para algo más que su propio beneficio y cuando se instalaron en la ciudad crearon un centro que daba de comer a todas las personas necesitadas del país que tocaban a su puerta.
Colorín colorado este cuento Sanjuanero se ha terminado.
La moraleja del cuento dice que: "La maldad siempre se cocina en sucios calderos, pero el bien se lustra con agua cristalina."
Feliz San Juan... ¡Ah! y cuidado con las brujas que haberlas “álias”.
Alejandro Dieppa León.
Foto de mi álbum personal recogido en: "Cuentos para Aridane."
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