jueves, 1 de noviembre de 2018

FRASE, CUENTO Y REPORTAJE FOTOGRÁFICO: SALSIPUEDES CELEBRA EL DÍA DE “FINAOS” SIN DARSE CUENTA QUE UNO DE ELLOS SE SUMÓ A LA FIESTA.

Querido hijo…

Muchas veces somos tan felices que no nos damos cuenta de quién centra su atención en nosotros.

Medita los fenómenos que aún no tienen explicación.

Cuento:                                      Don José el practicante.

Debo de advertirles, sí, advertirles. Sí, me refiero a ustedes estimados lectores que se han interesado por lo que este humilde escritor expresa en esta columna, que si no consideran estar aptos para historias de miedo, a partir de este mismo instante, dejen de leer este texto; pues no les garantizo que cuando llegue la noche no tengan, como mínimo, alguna retorcida pesadilla que les amargue el sueño. Por lo tanto, si continúan adelante, no es porque yo les obligue sino por su mero instinto de curiosidad y ya saben lo que dice el dicho:

Que la curiosidad mató al gato.

Así que, a partir de este mismo instante, no me hago responsable de que no puedan descansar esta noche y las que le siguen como el Gran Hacedor nos exhorta a llevar a cabo siempre ataviado de la sana intención de que nuestra masa neuronal se recupere lo suficiente como para afrontar los altibajos que la vida nos tiene preparados.

Mi historia comienza cuando salía del garaje de mi casa en dirección a Arucas vistiendo la sana intención de asistir al acto que había diseñado Salsipuedes para celebrar el emblemático día de “finaos”… Festividad que consiste, ni más ni menos y resumiéndolo mucho, en celebrar el día de los muertos; pero a la manera de las Islas Canarias.

¡Uff, qué escalofríos!

Trayecto que se llevó a cabo enhebrando, palabra a palabra, una distendida charla sobre lo cotidiano que se vistió de tintes oscuros, de mal presagio, justo cuando nuestro vehículo cruzaba el primero de los dos abismales puentes: El del barranco del Guiniguada, que habían en dirección, como ya les susurré al atento oído, al pueblo Gran Canario de Arucas.

Mal presagio que sin pensarlo mucho se invistió de miedo a sí mismo cuando hice caer a mi esposa en la cuenta de que si aquel trozo de la GC-3 cediera a los antojos de un hipotético terremoto, que haberlos en canarias haylos, o al más que corrosivo paso del tiempo dentro de la estructura levantada sobre el terreno caeríamos al mismísimo fondo del barranco que sobrevolábamos, cuasi en un abrir y cerrar de ojos, y que además nos enteraríamos de ello antes de que nuestro vehículo se estrellara sobre el pedregoso suelo y nuestros cuerpos quedaran aplastados dentro de aquel improvisado ataúd metálico. Posibilidad de vida ante la cual Eulalia se manifestó con un contundente:

Cállate ya y deja de decir gilipoyadas y concéntrate en conducir que nos la vamos a pegar contra otro coche.”

Fulminante bofetada que me sacó de golpe de mi ensimismamiento mental y me recondujo a lo que realmente le interesaba a mi esposa que era llegar lo antes posible al pueblo del cual procedía sin haber sufrido ningún accidente automovilístico. Bofetada que no tuvo mucho efecto sobre mi insistente premonición porque al llegar al puente que cruza el barranco de Tenoya volví a la carga con el trillado matraqueo que barruntaba la más que amenazadora posibilidad de morir aplastados contra el fondo de un barranco. Machaque sicológico que fue brutalmente fulminado con la siguiente frase:

Joder, Alejandro… Cuando insistes en espetarme a la cara tonterías me entran unas ganas locas de jalar por la mano izquierda y romperte la cara de un bofetón.

¡Uff, aún me agitan los oídos al escribirla!

Como comprenderéis cualquier hombre que se precie de hombre sensato, con auténticas luces, dejaría de seguir dando la paliza con aquella agónica letanía; pero yo, sí, yo, estoy hecho de otra pasta y seguí con la matraquilla hasta que mi pobre mujer no pudo más y me exhaló:

Basta ya, coño… Y para esto salgo yo a la calle.

Como comprenderéis la conversación se selló con un tupido velo de silencio que me obligó a tragarme cuanto tenía que decir sobre el tema.

Ya dentro de Arucas me dirigí al lugar donde siempre aparco el coche, más no encontré hueco. Por eso, ni corto ni perezoso, me dirigí al sitio que tengo siempre guardado en la recámara de la adversidad; pero la noche fiel a la esencia de un día donde se celebra la fiesta de los “finaos” se mofó de mí dándole paso a otro conductor, mas yo no me dejé amilanar y fiel a mi naturaleza combativa e insistente encontré aparcamiento al lado de un mal oliente contenedor de basura y mi mujer que pensáis que dijo mi mujer. Pues nada mal sonante, mal pensados, que sois unos mal pensados… La pobre solamente exhaló un tímido:

“Jooo...”

Y seguido exhaló un suspiro de resignación, ¡qué menos!, recogió su abrigo del portabultos, lo cerró de un seco golpe y en el más severo silencio emprendimos el camino en dirección al local que tiene Salsipuedes en Arucas; pero antes de llegar me entraron unas terribles ganas de ir al baño, por eso decidimos pasar primero por El Siroco, conocido restaurante donde se come muy bien por poco dinero, con la intención de evacuar aguas menores y tomar de paso un café que nos levantase el golpeado estado de ánimo.


No sabía yo que en aquel lugar se iba a agudizar mi maltrecho estado de ánimo pues cuando subía al baño se me apareció una bruja en la escalera que, al subir y bajar, me susurró al oído:


Allí donde vas te toparás con Don José el practicante. Allí donde vas te toparás con Don José el practicante.

Palabras que transmití a mi mujer a lo que ésta se levantó de la silla y se dirigió a la escalera donde se encontraba la bruja, yo la seguí, la subió y bajó varias veces y en una de estas se giró y me dijo:


La verdad Alejandro entre más viejo, más tonto... Anda vámonos ya al acto que si no llegamos tarde.

Y yo obediente la seguí, en silencio, como un corderito sigue al pastor al matadero, rumiando en mi cabeza:

“¿Quién coño sería ese tal Don José el practicante?


Así todo el tiempo, paso a paso, desde que dejamos a atrás al Siroco hasta toparnos de frente con Manolo, el presidente de Salsipuedes, el cual nos informó que se había cambiado el lugar donde tenían que actuar por una más que inminente amenaza de lluvia sobre el pueblo y siguiendo su sabio consejo, acompañados por dos de las componentes del grupo: Águeda y Fefi, emprendimos el ascenso por las calles de Arucas en dirección a la Sociedad Atlántica y a las puertas de ésta nos encontramos con una amiga de mi esposa que también se había interesado por el acto y menos mal que vino este inesperado ángel de paz porque gracias a ella, mi mujer, se olvidó de lo vivido en los puentes y en el Siroco.


Una vez dentro de aquella antigua casa de dos plantas, sudor histórico y más que amplio salón el trasiego de los componentes del grupo aruquense y de la Parranda del Puntal preparándolo todo para dar comienzo al esperado evento me hizo olvidar aquella alucinación que tan prudentemente me previno del tal mentado: Don José el practicante. Por un tiempo tan efímero que no podría precisar su duración; pero que volvió a manifestarse de forma fulminante cuando Ninfa, Moreno y yo mantuvimos una charla sobre un tal Don José que fue practicante, en una época pasada, en la villa de Moya. Momento en el cual me vino a la mente la bruja del Siroco.


Moreno nos contó que el tal Don José se había graduado en enfermería muy, muy, joven y que también fue lo suficientemente valiente para irse a ejercer su profesión a Moya. Un hermoso lugar donde nadie quería moldear su inexperta experiencia en el ambiente campesino. En un tiempo y lugar donde la gente analfabeta, que no tonta, ni falta de raíces culturales, con tal de no venir a visitar al médico a donde éste se encontraba se ponían en manos de este joven enfermero para que, su cada vez más dilatada praxis, curase su padecer, dolencia y herida lo antes posible y también nos contó que incluso este joven enfermero tuvo que curar a animales, porque así se lo demandaban sus pacientes hasta que un día se acercó hasta su lugar de trabajo una vieja anciana acurrucando entre sus manos a un viejo y decrépito gato negro al cual llamaba:

Mi viejo matón.

Moreno me contó que el joven practicante hizo todo lo posible por salvar la vida de aquel viejo animal y que al no conseguirlo la vieja, transformada en fea bruja, le lanzó la siguiente maldición:

Que tu espíritu viaje por entre los vivos hasta que cien personas griten en la noche de San Juan: Que se rompa la maldición de aquel practicante que se cargó al viejo matón.

Entonces fue cuando lo comprendí todo, lo del nefasto presagio sentido sobre los abismales puentes, lo de la advertencia de la bruja que se me apareció en el Siroco y lo de la amenaza de lluvia que nos llevó a celebrar la noche de “finaos” dentro de la Sociedad Atlántica. Lo comprendí justamente después de  terminar la inquietante charla con Ninfa y Moreno cuando elevé la vista y vi la nítida imagen de Don José en una de las ventanas que me decía con voz fantasmal:

“Sube, sube, sube…” Y como seguro habréis acertado no subí.

¿Por miedo a aquella figura fantasmal?

Sí, no lo voy a negar, ni tampoco siento vergüenza al reconocerlo… A ver que habrían hecho ustedes en mi lugar y a partir de aquel mismísimo instante, aquel a quien había ignorado: Se me apareció en el espejo que había en el salón donde bailaban los invitados ajenos a aquel escalofriante fenómeno paranormal, se me apareció en otro espejo que había a la derecha del espacio o lugar donde tocaba la amena Parranda El Puntal y en el resto de los que habían desperdigados por toda la sala durante momentos escogidos de la noche, se me apareció, esta vez solo su rostro, detrás del caldero donde Bonifacio, “Boni” para los conocidos, preparaba las castañas asadas para degustar esa noche, se me apareció en una esquina de la barra, justo en la columna que había al lado de Elías, el esposo de Isabel, y Domingo, donde éste atendió las peticiones que le llegaban del salón junto a otros miembros del grupo Salsipuedes y se me volvió a aparecer en la misma ventana en donde se me apareciera por primera vez insistiendo una y otra vez en que subiera a hablar con él cuando mantuve una amena charla con Lili, la esposa de Tomás, y Juan Déniz.




Y tras manifestarse en estos lugares se me apareció por última vez dentro del baño justo cuando estaba orinando. Como habréis intuido me mojé los pantalones al mismo tiempo que mi cuerpo quedaba petrificado; pero sacando fuerzas de donde casi no me quedaban, me subí rápidamente la cremallera y le pregunté el porqué me torturaba de aquella manera y éste me contestó:

No te torturo Alejandro simplemente te he elegido para que cuentes mi historia a todo mortal que puedas y se interese por ella y que además le pidas a cien de estos vivos que la próxima noche de “finaos” del dos mil diecinueve se reúnan donde quieran y griten todos a la vez el conjuro que me liberará de esta maldición.

Así lo haré, le prometí, tiritando, tratando de disimular mi miedo, y por eso escribí este cuento: Parte imaginación y parte realidad. Lo que es cada cosa se lo dejo a su inquietud por averiguar la verdad; pero lo que si les pido es que el próximo año nos reunamos cien personas y gritemos bien fuerte:

“Que se rompa la maldición de aquel practicante que se cargó al viejo matón.”

Nota de despedida:

Una vez más felicitar a los componentes de Salsipuedes por este distendido, feliz y entrañable acto el cual quedará grabado en mi memoria y en el de mi esposa hasta el fin de nuestros días; pues es la primera vez que participamos en la celebración de una noche de “Finaos”, que no desmerece a la celebrada en Estados Unidos de Norte América y a la celebrada en México, y para ser la primera vez, la experiencia va mucho más allá de los calificativos: Gratificante y satisfactorio.

Gracias…

Reportaje fotográfico:























































Alejandro Dieppa León.
Por una sociedad mejor,
por un mundo más justo.
Frase y cuento de mi serie: Meditando en un templo Shaolín.
Fotomontaje de mi álbum personal.

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