Querido hijo…
Muchas veces somos tan felices que no nos damos cuenta de
quién centra su atención en nosotros.
Medita los fenómenos que aún no tienen explicación.
Cuento: Don José el practicante.
Debo de advertirles, sí, advertirles. Sí, me refiero a
ustedes estimados lectores que se han interesado por lo que este humilde
escritor expresa en esta columna, que si no consideran estar aptos para
historias de miedo, a partir de este mismo instante, dejen de leer este texto;
pues no les garantizo que cuando llegue la noche no tengan, como mínimo, alguna
retorcida pesadilla que les amargue el sueño. Por lo tanto, si continúan
adelante, no es porque yo les obligue sino por su mero instinto de curiosidad y
ya saben lo que dice el dicho:
“Que la curiosidad
mató al gato.”
Así que, a partir de este mismo instante, no me hago
responsable de que no puedan descansar esta noche y las que le siguen como el
Gran Hacedor nos exhorta a llevar a cabo siempre ataviado de la sana intención
de que nuestra masa neuronal se recupere lo suficiente como para afrontar los
altibajos que la vida nos tiene preparados.
Mi historia comienza cuando salía del garaje de mi casa
en dirección a Arucas vistiendo la sana intención de asistir al acto que había
diseñado Salsipuedes para celebrar el emblemático día de “finaos”… Festividad
que consiste, ni más ni menos y resumiéndolo mucho, en celebrar el día de los
muertos; pero a la manera de las Islas Canarias.
¡Uff, qué escalofríos!
Trayecto que se llevó a cabo enhebrando, palabra a
palabra, una distendida charla sobre lo cotidiano que se vistió de tintes
oscuros, de mal presagio, justo cuando nuestro vehículo cruzaba el primero de
los dos abismales puentes: El del barranco del Guiniguada, que habían en
dirección, como ya les susurré al atento oído, al pueblo Gran Canario de
Arucas.
Mal presagio que sin pensarlo mucho se invistió de miedo
a sí mismo cuando hice caer a mi esposa en la cuenta de que si aquel trozo de la
GC-3 cediera a los antojos de un hipotético terremoto, que haberlos en canarias
haylos, o al más que corrosivo paso del tiempo dentro de la estructura
levantada sobre el terreno caeríamos al mismísimo fondo del barranco que
sobrevolábamos, cuasi en un abrir y cerrar de ojos, y que además nos
enteraríamos de ello antes de que nuestro vehículo se estrellara sobre el
pedregoso suelo y nuestros cuerpos quedaran aplastados dentro de aquel improvisado
ataúd metálico. Posibilidad de vida ante la cual Eulalia se manifestó con un
contundente:
“Cállate ya y deja
de decir gilipoyadas y concéntrate en conducir que nos la vamos a pegar contra otro
coche.”
Fulminante bofetada que me sacó de golpe de mi
ensimismamiento mental y me recondujo a lo que realmente le interesaba a mi
esposa que era llegar lo antes posible al pueblo del cual procedía sin haber
sufrido ningún accidente automovilístico. Bofetada que no tuvo mucho efecto
sobre mi insistente premonición porque al llegar al puente que cruza el
barranco de Tenoya volví a la carga con el trillado matraqueo que barruntaba la
más que amenazadora posibilidad de morir aplastados contra el fondo de un
barranco. Machaque sicológico que fue brutalmente fulminado con la siguiente
frase:
“Joder, Alejandro…
Cuando insistes en espetarme a la cara tonterías me entran unas ganas locas de
jalar por la mano izquierda y romperte la cara de un bofetón.”
¡Uff, aún me agitan los oídos al escribirla!
Como comprenderéis cualquier hombre que se precie de
hombre sensato, con auténticas luces, dejaría de seguir dando la paliza con
aquella agónica letanía; pero yo, sí, yo, estoy hecho de otra pasta y seguí con
la matraquilla hasta que mi pobre mujer no pudo más y me exhaló:
“Basta ya, coño… Y
para esto salgo yo a la calle.”
Como comprenderéis la conversación se selló con un tupido
velo de silencio que me obligó a tragarme cuanto tenía que decir sobre el tema.
Ya dentro de Arucas me dirigí al lugar donde siempre
aparco el coche, más no encontré hueco. Por eso, ni corto ni perezoso, me
dirigí al sitio que tengo siempre guardado en la recámara de la adversidad;
pero la noche fiel a la esencia de un día donde se celebra la fiesta de los
“finaos” se mofó de mí dándole paso a otro conductor, mas yo no me dejé
amilanar y fiel a mi naturaleza combativa e insistente encontré aparcamiento al
lado de un mal oliente contenedor de basura y mi mujer que pensáis que dijo mi
mujer. Pues nada mal sonante, mal pensados, que sois unos mal pensados… La
pobre solamente exhaló un tímido:
“Jooo...”
Y seguido exhaló un suspiro de resignación, ¡qué menos!,
recogió su abrigo del portabultos, lo cerró de un seco golpe y en el más severo
silencio emprendimos el camino en dirección al local que tiene Salsipuedes en
Arucas; pero antes de llegar me entraron unas terribles ganas de ir al baño,
por eso decidimos pasar primero por El Siroco, conocido restaurante donde se
come muy bien por poco dinero, con la intención de evacuar aguas menores y
tomar de paso un café que nos levantase el golpeado estado de ánimo.
No sabía yo que en aquel lugar se iba a agudizar mi maltrecho
estado de ánimo pues cuando subía al baño se me apareció una bruja en la
escalera que, al subir y bajar, me susurró al oído:
“Allí donde vas te
toparás con Don José el practicante. Allí donde vas te toparás con Don José el
practicante. ”
Palabras que transmití a mi mujer a lo que ésta se
levantó de la silla y se dirigió a la escalera donde se encontraba la bruja, yo
la seguí, la subió y bajó varias veces y en una de estas se giró y me dijo:
“La verdad
Alejandro entre más viejo, más tonto... Anda vámonos ya al acto que si no
llegamos tarde.”
Y yo obediente la seguí, en silencio, como un corderito
sigue al pastor al matadero, rumiando en mi cabeza:
“¿Quién coño sería ese
tal Don José el practicante?”
Así todo el tiempo, paso a paso, desde que dejamos a
atrás al Siroco hasta toparnos de frente con Manolo, el presidente de
Salsipuedes, el cual nos informó que se había cambiado el lugar donde tenían
que actuar por una más que inminente amenaza de lluvia sobre el pueblo y
siguiendo su sabio consejo, acompañados por dos de las componentes del grupo: Águeda
y Fefi, emprendimos el ascenso por las calles de Arucas en dirección a la
Sociedad Atlántica y a las puertas de ésta nos encontramos con una amiga de mi
esposa que también se había interesado por el acto y menos mal que vino este
inesperado ángel de paz porque gracias a ella, mi mujer, se olvidó de lo vivido
en los puentes y en el Siroco.
Una vez dentro de aquella antigua casa de dos plantas,
sudor histórico y más que amplio salón el trasiego de los componentes del grupo
aruquense y de la Parranda del Puntal preparándolo todo para dar comienzo al
esperado evento me hizo olvidar aquella alucinación que tan prudentemente me
previno del tal mentado: Don José el practicante. Por un tiempo tan efímero que
no podría precisar su duración; pero que volvió a manifestarse de forma
fulminante cuando Ninfa, Moreno y yo mantuvimos una charla sobre un tal Don José
que fue practicante, en una época pasada, en la villa de Moya. Momento en el
cual me vino a la mente la bruja del Siroco.
Moreno nos contó que el tal Don José se había graduado en
enfermería muy, muy, joven y que también fue lo suficientemente valiente para
irse a ejercer su profesión a Moya. Un hermoso lugar donde nadie quería moldear
su inexperta experiencia en el ambiente campesino. En un tiempo y lugar donde
la gente analfabeta, que no tonta, ni falta de raíces culturales, con tal de no
venir a visitar al médico a donde éste se encontraba se ponían en manos de este
joven enfermero para que, su cada vez más dilatada praxis, curase su padecer,
dolencia y herida lo antes posible y también nos contó que incluso este joven
enfermero tuvo que curar a animales, porque así se lo demandaban sus pacientes
hasta que un día se acercó hasta su lugar de trabajo una vieja anciana
acurrucando entre sus manos a un viejo y decrépito gato negro al cual llamaba:
“Mi viejo matón.”
Moreno me contó que el joven practicante hizo todo lo
posible por salvar la vida de aquel viejo animal y que al no conseguirlo la
vieja, transformada en fea bruja, le lanzó la siguiente maldición:
“Que tu espíritu
viaje por entre los vivos hasta que cien personas griten en la noche de San
Juan: Que se rompa la maldición de aquel practicante que se cargó al viejo
matón.”
Entonces fue cuando lo comprendí todo, lo del nefasto presagio
sentido sobre los abismales puentes, lo de la advertencia de la bruja que se me
apareció en el Siroco y lo de la amenaza de lluvia que nos llevó a celebrar la
noche de “finaos” dentro de la Sociedad Atlántica. Lo comprendí justamente
después de terminar la inquietante
charla con Ninfa y Moreno cuando elevé la vista y vi la nítida imagen de Don
José en una de las ventanas que me decía con voz fantasmal:
“Sube, sube, sube…” Y como seguro habréis acertado no subí.
¿Por miedo a aquella figura fantasmal?
Sí, no lo voy a negar, ni tampoco siento vergüenza al
reconocerlo… A ver que habrían hecho ustedes en mi lugar y a partir de aquel
mismísimo instante, aquel a quien había ignorado: Se me apareció en el espejo
que había en el salón donde bailaban los invitados ajenos a aquel escalofriante
fenómeno paranormal, se me apareció en otro espejo que había a la derecha del
espacio o lugar donde tocaba la amena Parranda El Puntal y en el resto de los
que habían desperdigados por toda la sala durante momentos escogidos de la
noche, se me apareció, esta vez solo su rostro, detrás del caldero donde
Bonifacio, “Boni” para los conocidos, preparaba las castañas asadas para
degustar esa noche, se me apareció en una esquina de la barra, justo en la
columna que había al lado de Elías, el esposo de Isabel, y Domingo, donde éste
atendió las peticiones que le llegaban del salón junto a otros miembros del
grupo Salsipuedes y se me volvió a aparecer en la misma ventana en donde se me
apareciera por primera vez insistiendo una y otra vez en que subiera a hablar
con él cuando mantuve una amena charla con Lili, la esposa de Tomás, y Juan Déniz.
Y tras manifestarse en estos lugares se me apareció por
última vez dentro del baño justo cuando estaba orinando. Como habréis intuido
me mojé los pantalones al mismo tiempo que mi cuerpo quedaba petrificado; pero
sacando fuerzas de donde casi no me quedaban, me subí rápidamente la cremallera
y le pregunté el porqué me torturaba de aquella manera y éste me contestó:
“No te torturo
Alejandro simplemente te he elegido para que cuentes mi historia a todo mortal
que puedas y se interese por ella y que además le pidas a cien de estos vivos
que la próxima noche de “finaos” del dos mil diecinueve se reúnan donde quieran
y griten todos a la vez el conjuro que me liberará de esta maldición.”
Así lo haré, le prometí, tiritando, tratando de disimular
mi miedo, y por eso escribí este cuento: Parte imaginación y parte realidad. Lo
que es cada cosa se lo dejo a su inquietud por averiguar la verdad; pero lo que
si les pido es que el próximo año nos reunamos cien personas y gritemos bien
fuerte:
“Que se rompa la
maldición de aquel practicante que se cargó al viejo matón.”
Nota de despedida:
Una vez más felicitar a los componentes de Salsipuedes
por este distendido, feliz y entrañable acto el cual quedará grabado en mi
memoria y en el de mi esposa hasta el fin de nuestros días; pues es la primera
vez que participamos en la celebración de una noche de “Finaos”, que no
desmerece a la celebrada en Estados Unidos de Norte América y a la celebrada en
México, y para ser la primera vez, la experiencia va mucho más allá de los
calificativos: Gratificante y satisfactorio.
Gracias…
Reportaje fotográfico:
Alejandro Dieppa León.
Por una sociedad mejor,
por un mundo más justo.
Frase y cuento de mi
serie: Meditando en un templo Shaolín.
Fotomontaje de mi álbum personal.