QUERIDO HIJO...
LA
NOBLEZA NO ES UN TÍTULO NOBILIARIO.
Columna...
Desde que la vida se afincó en la tierra, término
en tiempo humano difícil de precisar rectilíneamente dentro del espacio-tiempo
universal, siente la insatisfecha necesidad de diferenciar y definir con
milimétrica exactitud, en su voluptuosa espiral creativa, en su frustrante soledad
existencial, todo aquello que: nada, repta, anda o vuela (gradación teniendo en
cuenta la presunción de que la vida se creó en el caldo marino), o mejor, todo
lo que crece, se reproduce y muere, dentro de esta efímera y azulada bola de
cristal (¡No sé yo si se comportará de igual manera en otras partes del
universo!). Sello de identidad (el de diferenciar) que está guardado
celosamente dentro de nuestro carnet de identidad vital, el tan mentado ADN, ya
sea éste humano, animal o vegetal. Un sello de identidad que permite a la vida seguir
evolucionando, no morir en este planeta, gracias a sus divisiones, a sus tan
complejas clasificaciones de sí misma: La primigenia entre el mundo animal y
mundo vegetal, dos partes de un todo (Yin y Yang) que se alimentan el uno del
otro y que no podrían existir el uno sin el otro; las segundas las existentes
en estos mundos en sí mismos, que también se alimentan las unas de las otras; y
las demás inherentes a cada especie.
Llegados a este punto nos damos cuenta que
nosotros, portadores de la herencia vital, meras esporas con vidas transmisoras
de su esencia, hemos llevado la obsesión (la de diferenciar) de nuestra
creadora al grado más insano del término: En este siglo que nos toca vivir la aderezamos
con la tan lacerante y galopante diferenciación entre ricos y pobres y en los
siglos pasados (algunos añoran que vuelvan los tiempos donde el vasallaje era una
irreverente realidad que corroía la libertad, la igualdad y la fraternidad
entre seres humanos) la sufrimos con la tan insultante diferenciación entre la
nobleza (representada en los títulos nobiliarios) y el pueblo. Es por esto
último, sé que no me equivoco en mi pensamiento, que cuando la Asociación
Cultural Salsipuedes puso a la venta las entradas de su última obra: “El legado
del Marqués” no contaba con que éstas se agotarán en un suspiro, en lo que
tarta una simple hoja en caer dentro de los afamados Jardines de la Marquesa
(lugar donde la representación se llevó
a cabo con un ÉXITO APLASTANTE –tres días de lleno absoluto lo avalan-), porque
el pueblo asistente, transmisor de las muchas maravillas y de algunos defectos
que nos definen como especie, pensó que la obra nos dejaría entrever la
diferencia entre clases sociales a través de su línea argumental, lo que la
vida sigue inyectándonos en vena para que podamos seguir creciendo como especie;
pero que unos pocos han deteriorado con sus añosos aires de grandeza y
superioridad, y no se equivocó el pueblo y se equivocó el pueblo porque el
autor de la obra, el director de Salsipuedes, José Gilberto Moreno
García, resaltó en su expresión artística la parte noble (sello de identidad característico en
este autor) de las relaciones sociales de la vida en el siglo pasado en Arucas,
en Gran Canaria (disfrutando de la obra recordé los pasajes vitales contados
por mis abuelos); pero al mismo tiempo que lustraba la nobleza del ser humano
individual, de alta alcurnia o plebeyo, dejaba entrever, de forma sutil,
pulsante, (plausible la agudeza del autor en este aspecto), las no tan nobles
relaciones entre los Nobles y pueblo llano (recordemos
el pasaje cuando: “un trabajador de la Marquesa se postra a sus pies por haberle dado una comida que
él compartió con su familia").
Unas relaciones magníficamente expresadas a
través del atrezo o utilería de la obra (coches, carruajes, vestidos, etc, de
época), la iluminación natural y artificial, el sonido musical del arpista
Vicente La Cámera (siempre magistral en su interpretación) y el escogido para
amenizar los momentos previos al comienzo de la obra, y sobre todo a través de su
magnífico, no me cansaré de subrayarlo, insisto, no me cansaré de subrayarlo, cuerpo
de actores principales y secundarios (el número de éstos pasaba de la
cincuentena), cada vez con más porte y señorío interpretativo, auténtico corazón
latente de este grupo que nace en el pueblo de Arucas (ejemplo viviente de cómo
se puede hacer cultura) que bebe de la esencia noble y desinteresada de su trazo
existencial, el cual nos ilustró, como estampas vivientes (felicito a los que
las escenificaron una y otra vez delante de los distintos grupos que se paraban
frente a ellos), siguiendo el camino que llevaba hasta el improvisado teatro (al cual nos referimos
en mi familia como El Palacio de Cristal) dentro de los Jardines
de la Marquesa, sobre la vida y obra de los personajes y periodo histórico que
les tocó vivir, ya que nos explicaron al detalle:
El linaje de los primeros Marqueses
y la afición del Marqués a la jardinería, la composición de su jardín, la no descendencia
de este matrimonio y la lucha por que se construyese la iglesia de Arucas en
sus terrenos, además de quien fue su heredera y el compromiso de ésta con el pueblo a
través de la financiación de Radio ECCA y La Casa del Niño...
Trazos que se mixturarían en la obra en sí misma para dar como resultado una propuesta, educativa, dinámica y entretenida, que en todo momento exhaló, en su parte teatral, en el ambiente creado, que la “Nobleza no es un título nobiliario”, NO, no lo es, porque la Nobleza es un titulo humanista, una cualidad del hombre y no de ningún título.
Trazos que se mixturarían en la obra en sí misma para dar como resultado una propuesta, educativa, dinámica y entretenida, que en todo momento exhaló, en su parte teatral, en el ambiente creado, que la “Nobleza no es un título nobiliario”, NO, no lo es, porque la Nobleza es un titulo humanista, una cualidad del hombre y no de ningún título.
Agradecer de manera personal a la Asociación Cultural Salsipuedes su compromiso con el mundo cultural y a alentarla a que siga demostrando que es posible que la cultura genere aceptación entre las distintas clases sociales que a fecha actual conforman nuestra sociedad...
Sois un lujo para la cultura...
Alejandro
Dieppa León.
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