Un pescador queriendo eliminar de su pequeña caja de pesca una vieja boya de corcho se deshizo de ésta tirándola al mar, cuando la marea besaba el punto más alto de su plenitud.
Las corrientes marinas, volubles en su ser, caprichosas en sus deseos, juguetonas con aquel indefenso objeto ataviado con una franja roja, deteriorada por el sol y la sal, como fajín, y una camisa blanca, en su parte superior, con igual deterioro que la franja roja, se la llevaron mar adentro ignorando sus gritos de súplica.
—¡Qué será de mí ahora! —se quejó ésta cuando perdió la costa de vista.
—De ti no será nada; pues ahora mismo te llevaré a las profundidades del mar para que jamás salgas de este oscuro territorio lleno de bestias marinas —amenazó un gran pescado que había tenido la suerte de soltarse del anzuelo que había custodiado la boya una soleada mañana de verano.
Lo prometido se cumplió y el gran pescado agarró con su potente boca, por uno de los extremos, a la boya y con ella se sumergió en las profundidades del mar hasta el límite de sus fuerzas, guiado por un irracional espíritu de venganza, cosa que le costó la vida; pues un tiburón de grandes dimensiones, que por pura casualidad pasaba por allí, se lo comió.
La boya al quedar libre de su prisión, ganando fuerza, subió hasta la superficie y rompiendo la fina tela que la separaba del aire puro y limpio se elevó unos metros sobre las olas y después calló sobre el gran azul para quedarse flotando en la superficie marina y allí permaneció hasta el fin de sus días…
Flotando... Flotando... Flotando...
Moraleja:
Por mucho que intenten hundir una boya ésta volverá a la superficie, porque es su naturaleza y su estado natural.
Alejandro Dieppa León.
Por una sociedad mejor,
Por un mundo más justo.
Derechos de propiedad intelectual literarios y de imagen reservados al y del autor: Alejandro Dieppa León.
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