QUERIDO HIJO...
LA INOCENCIA EN LA TIERRA ES UNA ISLA
RODEADA DE TIBURONES
MEDITA
LA REALIDAD QUE TE RODEA Y COMETE, EN LA MEDIDA DE LO POSIBLE, EL MENOR NÚMERO
DE ERRORES QUE PUEDAS, PUES LA VIDA TE PUEDE IR EN ELLO…
MEDITO
EL DÍA EN QUE PERDÍ DE VISTA DEL TODO AQUELLA ISLA PARADISIACA…
MEDITEMOS.
COLUMNA
Este
pasado lunes 23 de julio, serían las 19 horas, en un día donde la luz aún se
negaba a morir ahogada en el horizonte y entraba a borbotones en mi habitación para curiosear
mis intimidades, estaba frente a mi ordenador, rematando algunos detalles de
estilo a una fábula que llevo escribiendo desde hace algún tiempo, cuando, de
pronto, escuché unos tibios pasos acercándose hasta mi fortaleza de la
tranquilidad, pasos rubricados por el tono inocente de unas voces de niños:
“Sígueme,
que los demás…” Logré distinguir antes de asomarme a la ventana que ahíta de
tanto tragar calor ese día lo devolvía a arcadas al patio y de éste, saltando
una valla, al barranco al que da mi casa por su parte trasera.
Ya
colocado en una posición discreta, emulando al leopardo de ciudad que camufla
su presencia en la espesa floresta de cemento, para no perturbar el trazo
inocente de aquellos dos exploradores uno de unos 9 o diez años y el otro de
unos seis, comencé a observar los movimientos de aquellos dos ratones de campo:
“Vamos,
vamos…” Dijo el menudo, ataviado de mucha prisa; pero su compañero de aventura
no contestó, el permanecía agachado, oculto tras el pequeño muro que separa el
patio del barranco y donde un día se plantó una valla para delimitar la
frontera entre lo “civilizado” y lo no civilizado.
“¡Pero
qué haces!, vamos” Fustigó el menudo al mayor justo cuando éste volvía a
emerger de su zambullida ante mis ojos con un objeto en la mano.
“Míra”
Dijo sonriente, mostrando el objeto encontrado…
“Deja
eso y vamos que los demás…” Al ratoncito pequeño solo le importaba marcharse
porque otros miembros de aquella expedición reclamaban, con pesadez, su
presencia y la de su amigo.
“Es
una hojilla de afeitar” la levantó aún más…
Llegados
a este punto algún lector pensará:
"""¡Y
como coño llegó la jodida hojilla de afeitar a ese punto! Pues el objeto en sí no
tiene patas"""
Pues
a esto solo puedo añadir que el que vive en comunidad muchas veces tiene que
aguantar las anónimas aportaciones al medio incivilizado (barranco en este
caso) de algún vecino que, el pobre o la pobre, no tiene ni para cubos de
basura y entiende que la mejor manera de deshacerse de ella es lanzándola a su
suerte por la ventana… Pero no ahondemos más en este punto porque si no nos desviamos
de lo que ahora nos ocupa…
“Tira
eso y vámonos” Alentó una vez más el ratón pequeño, pero el otro niño movido
por una inocencia inherente a su edad, en vez de tirar la puñetera hojilla de afeitar,
dijo que servía para afeitarse y seguido quiso afeitarse una de sus piernas…
¡Ay,
y sus padres tan tranquilos!
“¡CHACHO
(Expresión canaria de muchacho), QUÉ VAS HA HACER! TIRA ESO” Sonó firme el
rugido salvador del leopardo, mi rugido, mi voz… Potente exhalación que alertó
a mi familia que corrió a mi encuentro y potente exhalación que paró de golpe
la mano de la INOCENCIA en estado puro…
“¡Qué!”
Como niño que era reaccionó revolviéndose en su naturaleza…
“Qué
tires eso… No ves que te puedes cortar y pillar una infección… Anda tíralo” Mordí su titubeo de forma rápida, con firmeza…
El
titubeo, INOCENTE, pues no vi malicia, sino más bien un poco de rebeldía inherente
a su edad, se alargó, en beneficio de su intención, y concluyó con la
iniciación de la maniobra anteriormente abortada por mí rugido…
“PERO
NO SEAS LOCO Y TIRA ESO DE UNA VEZ” Esta vez mí tono traspasó las fronteras y
llegó con fuerza hasta el resto del grupo que ajenos a lo que pasaba miraban de
manera perdida hacia mi posición…
Sí,
tiró la hojilla, tranquilícense, sus padres pueden estar tranquilos, pero como
aspirante a adolescente se marchó refunfuñando, junto con sus compañeros de
correría, no queriendo aceptar que un leopardo le había salvado de un peligro
mayor, incluso puede que la vida…
Después
de esta experiencia vital, tan real como la vida misma, mantuve una charla
distendida con mi esposa e hijo acerca de lo acontecido, durante un cierto
tiempo y seguido me puse frente a mi ordenador para volver a conectar con el
personaje de mi fábula, aquella a la que estaba rematando algunos detalles de
estilo, pero no pude porque mis recuerdos de infancia, mis meteduras de pata,
por INOCENCIA, de las cuales salí indemne (algún día les contaré como casi me
mato, haciendo carreras urbanas, “Parkour” como le dicen hoy, clavándome dos
hierros de obra en mi abdomen), me hicieron ver cuán afortunado soy de estar
hoy poniendo por escrito esta cita y este texto…
(Alejandro
Dieppa León, cita y texto de mi serie MEDITANDO EN UN TEMPLO SHAOLIN)
Alejandro Dieppa León.