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domingo, 6 de septiembre de 2015

MI CITA Y CUENTO: "EL RATÓN ANTÓN" DEL 06 DE SEPTIEMBRE DE 2015.


QUERIDO HIJO…

TODO ESCALADOR NECESITA PUNTOS DE APOYO
PARA LLEGAR A SU META.

MEDITA…
MEDITO…
MEDITEMOS...

CUENTO: EL RATÓN ANTÓN.

Érase una vez un pequeño ratón llamado Antón que vivía: con sus padres, Constancia y Esfuerzo, sus dos hermanas mayores, Fe y Esperanza, y otro hermano, también mayor que él y un poco impulsivo, llamado Atrevimiento, en una pequeña ratonera construida, con mucho amor por sus padres, dentro de una gran finca que se levantaba, orgullosa, entre un cercano pueblo llamado Consenso y una gran montaña llamada Identidad.

Todos los días, al despuntar el alba, Constancia era la primera en levantarse dentro del cálido hogar e ir habitación por habitación, después de arreglarse, despertando al resto de miembros de la familia sin el menor esfuerzo hasta que llegaba a la de Antón. 

—Vamos pequeñín que si no te levantas y desayunas rápido el micro se marchará al cole sin ti —advertía, todos los días, la madre al benjamín de la familia al mismo tiempo que le regalaba una batería de cosquillas y una serena sonrisa. 

—Mami, mami, mami, mami… —repetía éste mientras se retorcía con la intención de que su madre no siguiera haciéndole cosquillas—. Déjame bajo las sábanas un poquito más que tengo sueño y pocas ganas de estudiar —remataba después de que su madre parase y vuelta a empezar; pero, más temprano que tarde, el carácter determinante y paciente de Constancia daba sus frutos y el ratón Antón se levantaba, por voluntad propia, se vestía y se sentaba a la mesa con el resto de la familia, para degustar el queso que elaboraba su padre en el negocio familiar.

—¡Qué rico…! Hoy es de oveja. —Tiró la mano al más grande de los trozos del plato central con la intención de paladearlo serenamente, pero Atrevimiento fue más rápido que él y se lo quitó y se lo tragó en un abrir y cerrar de ojos, después le picó el ojo derecho a su hermano pequeño y le arremolinó el pelo con su mano izquierda. Situación que provocó las risas entre el resto de la familia y el desánimo en el zarandeado benjamín.

Una vez acabado el desayuno, los hermanos mayores se despidieron y se marcharon a sus respectivos trabajos: Fe y Esperanza al molino de gofio, Atrevimiento al club de escalada que había a los pies de la montaña llamada Identidad y Esfuerzo a su fábrica de queso y madre e hijo, como era habitual, se sentaron en el banco de madera que había a la entrada de su casa, a la izquierda, a la espera del micro.

—Mamá —rompió el silencio el más pequeño de los que calentaban el banco.

—Dime hijo  —Constancia intuyó el tema de conversación.

—¿Por qué os habéis reído de mí cuando Atrevimiento me quitó y se comió el trozo de queso más grande?

 —Verás Antón —exhaló aire para dar fuerza a su argumento—. Nosotros no nos reímos de ti, ni mucho menos, nos reímos de las cosas que hace tu hermano. Ya sabes como es. ¿Entiendes la diferencia? —le preguntó con la intención de resolver cuantas dudas tuviese.

—Sí  —aceptó lo dicho a regañadientes—, pero mami…

El sonido de la pita del micro cortó de un tajo la conversación entre madre e hijo y Antón, lamiendo su frustración por no poder expresarse a gusto, subió al micro y se sentó en su asiento de costumbre, al lado de Leocadio, un buen amigo y compañero de clase: en silencio y con cara de amulado.

—¡Qué callado bienes hoy! —Dijo Leocadio mientras su amigo se despedía de su madre moviendo la palma de su mano detrás del cristal—. ¿Te pasa algo? —Subrayó con energía.

—Sí —bruñó la frustración con el afirmativo y apto seguido contó a su amigo lo sucedido en el desayuno.

Leocadio no abrió la boca ni para decir ni “Pio” y justo cuando Antón terminó, ni corto ni perezoso, le dijo:

—Esta tarde me enseñarás el club de escalada en el que trabaja tu hermano como ya quedamos… ¿No?

Antón se tragó su frustración, porque Leocadio, son su actitud: sincera y seca, le hizo comprender que lo que le había sucedido en el desayuno no tenía mayor importancia. De otra manera, si verdaderamente tuviese un problema, su amigo le había dado apoyo y ayuda para resolverlo. Como tantas veces hiciera en el pasado. 

Llegada la tarde Antón esperaba en el club de Atrevimiento la llegada de su amigo cuando de pronto sonó el teléfono.

—Club de escalada Identidad, buenos días, dígame —contestó al teléfono la secretaria y novia de Atrevimiento.

—Buenas tardes, soy la madre de Leocadio y llamo para informar a Antón que éste no puede ir porque se ha hecho un esguince de pie. ¿Se lo puede decir? 

—No se preocupe señora —la voz sonó cordial y seductora—. Yo se lo digo y que se mejore.

Cordura, la novia de Atrevimiento, buscó por todo el club a su futuro cuñado y lo encontró contemplando la gran montaña llamada Identidad.

—Antón. Leocadio no vendrá hoy porque se ha hecho un esguince en el pie —informó cuando estuvo a su lado. 

—Pues vale —se consagró a la resignación y el aburrimiento.

—Impone verdad —acentuó Cordura con su habitual voz serena apiadada por la mirada perdida de Antón—. Sabes una cosa…

—¿Qué?

—Muchos suben esa montaña por creer que así son mejores que los demás, otros para demostrarse a sí mismos que pueden y los auténticos de corazón la suben por lo que la tienen que subir…

—¿Y cuál es esa razón? —sintió curiosidad.

—La de encontrar la propia identidad y madurar como persona. Dos cosas con las que consigues un mayor respeto de los que te rodean, pues si te ven que te esfuerzas por madurar todos te respetarán por lo que expresas. 

El ratón Antón meditó, después de marcharse Cordura, lo que ésta le había dicho y resolvió que si subía aquella montaña Atrevimiento le tendría más respeto, por eso, siguiendo un irrefrenable impulso, caminó hacia la montaña llamada Identidad y cuando estuvo a sus pies buscó un punto de apoyo para subir aquella pared: Fría, lisa y vertical. Frustrado por no poder subir a la cima de la montaña volvió al club.

—¿A dónde vas chiquitín? —Le sorprendió su hermano de regreso.

—A  casa —Atrevimiento no percibió hostilidad por lo sucedido esa mañana, pero si frustración.

—¿Y que intentabas hacer a los pies de la montaña? —preguntó conociendo la respuesta ya que lo había estado vigilando en todo momento tras haber sido avisado por Cordura de que iba camino de la montaña.

—Pues subirla —sonó maduro y fuerte—, pero no he podido porque por donde he ido solamente he encontrado una pared: Fría, lisa y vertical.

Atrevimiento se dio cuenta de la mejor manera que podía ayudar a su hermano a madurar y sobre la marcha planificó su estrategia y después le dijo:

—¡Sabes Antón! —moduló el tono para no sonar ni serio, ni jovial, ni paternal.

—Tú dirás.

—Yo conozco la manera de escalar esa montaña…

—Claro como ya la has subido muchas veces la conoces —presintió una nueva burla de su hermano.

—Tienes razón  —interrumpió deliberadamente éste— y así es —Antón notó, por su respuesta y tono de voz, que Atrevimiento no le tomaría el pelo—, pero lo que te quiero explicar es cuál es la mejor manera y la más segura de hacerlo.

—De verdad.

—Pues dímela ya, dímela ya…

—Escucha —Atrevimiento cortó de un tajo la insistencia—. Si verdaderamente quieres escalar esa montaña yo te ayudaré a subirla tú solo, pero tú me tienes que prometer que me harás caso en todo lo que te diga: sin rechistar. Estás de acuerdo —Le extendió su mano derecha para firmar un pacto no escrito y su hermano se la estrechó con fuerza—. Pues bien Antón mi primera enseñanza es que te vuelvas a casa y aprendas  estas tres cosas: a obedecer, a calmar la ansiedad y a estudiar. Porque si aprendes a obedecer sacarás un mejor provecho del que te enseña, porque si calmas tu ansiedad alcanzarás la paz necesaria que se necesita en la escalada y porque si estudias lo suficiente y más alcanzarás un conocimiento que te ayudará a moverte con más soltura por tu entorno. ¿Entiendes lo que te quiero decir?

—Sí —y sin mediar palabra se dio la vuelta y se marchó.

—¿Antón dónde vas? —Preguntó su hermano temiendo que esté rompiera tan pronto el pacto.

—Pues a casa a estudiar —sonó firme y sincero—. ¿No forma parte eso de mi entrenamiento para subir a la montaña? —preguntó sin volver la espalda, mientras seguía caminando.

Atrevimiento valoró positivamente la respuesta y la determinación de su hermano y por ello antes de marcharse le quiso hacer un regalo.

—Espera Antón —la voz de su hermano paró en seco la marcha del pequeño—. Como veo que has comprendido lo que te quiero decir empecemos con las clases y tu primera clase será aprender a ponerte y quitarte el arnés de escalada… 

Aquel inesperado premio alentó al ratón Antón a seguir viniendo al club y poniendo en práctica los consejos dados por su hermano y pasado un mes. Cuando ya sabía ponerse y quitarse el arnés y el tipo de cuerda que tenía que emplear para escalar quiso ir a la montaña, sin decirle nada a éste, para poner en práctica todo lo aprendido; pero al ponerse frente a ella volvió a encontrarse con el mismo problema de la primera vez. La montaña de la identidad no le mostraba ningún camino que no fuese su desnuda pared: Fría, lisa y vertical.

—¿No te lo pone fácil verdad? —Cordura y Atrevimiento aparecieron por sorpresa.

—Sí.

—Y si no puedes subir. ¿Qué harás? ¿Marcharte o seguir intentándolo? —Dijo Atrevimiento.

—Intentándolo pero con vuestra ayuda y consejos…

La veterana pareja de escaladores sonrieron.

—Sabes que lo que te falta para subir la montaña son los puntos de apoyo…

—Claro que lo sé, pero por más que le doy vuelta no los encuentro…

—Mira Antón —Cordura se acercó a él—. Si me prometes en estos tres meses que quedan hasta final de curso seguir como hasta ahora y además aprobar el trimestre y el curso con buena nota: Yo y tu hermano te diremos donde se encuentran los puntos de apoyo necesarios para subir a la montaña. ¿Hace? —Le extendió su mano derecha para firmar un pacto no escrito como hiciera su hermano tiempo atrás y éste se la estrechó con fuerza.

Pasados los meses la familia y entorno de Antón notó un cambio profundo en él: porque se había vuelto más obediente para con todo aquel que tuviera algo provechoso que enseñarle, porque había aprendido a calmar su ansiedad al no dejar que los problemas diarios le sobrepasasen y porque se había vuelto un estudiante ejemplar: tanto en la escuela a la que iba con Leocadio como en el club de escalada.

Y llegado el día esperado Antón se colocó el arnés, se puso al hombro la cuerda necesaria para llevar a cabo su misión y cual no fue su sorpresa cuando, tras mucho buscar, encontró una parte de la pared donde se habían colocado puntos de apoyo artificiales que le garantizaban una ruta segura de acceso a la montaña llamada identidad. Puntos de apoyo que llevaban escrito en letra legible: “Si has llegado hasta aquí es por tu esfuerzo sigue adelante hasta alcanzar la meta. Tú puedes hacerlo”. El ratón Antón siguió la ruta marcada, bajo la atenta mirada de sus instructores que lo observaban desde un cercano lugar, a escondidas, y al llegar a la cima sintió un regocijo y una paz que no había sentido nunca y comprendió en ese momento que: con constancia y esfuerzo, con fe y esperanza y con mucha cordura y un poco de atrevimiento todo lo que se propusiese en su vida podría lograrlo.

Y colorín colorado este cuento se ha terminado.

Alejandro Dieppa León.
Por una sociedad mejor,
por un mundo más justo.

Derechos de propiedad intelectual literarios y de imagen reservados al y del autor: Alejandro Dieppa León.

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